Por José Miguel Fernández Layos (El Puercoespín).-
Miércoles 19
De un vistazo, Estambul parece más tranquilo que hace unos días, con menos movimiento en el centro. Sin embargo, algo bulle dentro, el ojo del huracán siempre es el punto más quieto. En todo el país surgen convocatorias de eso, de permanecer quietos. Voy a Taksim, y veo a decenas de personas plantadas allí. Frente al tráfico y el ruido de los alrededores, ellos forman un círculo de silencio estremecedor. Algunos están allí veinte minutos; otros, horas. Se van sustituyendo. Siempre hay alguien que está quieto. Una chica con una tarjeta de çapulcu al cuello limpia las colillas de la plaza. Yo casi diría que han vuelto a tomarla de nuevo.
En la asamblea de Kadikoy, en el barrio asiático, hay unas 2.000 personas. Hoy han puesto hasta un escenario. Esta noche, se celebran 35 asambleas en distintos parques de Estambul. “Es una explosión democrática”, me dice un joven.
Jueves 20
En Taksim hay más gente quieta que nunca. Antes han venido cinco personas y se han quedado quietas en frente de ellos con el fin de apoyar al Gobierno. Parece que también quieren polarizar el silencio.
Hoy muchos se han traído un libro, y un señor mayor incluso ha puesto una especie de alfombra y descansa allí, en Taksim, en su casa. Otros han dejado de mirar las banderas y ahora están quietos frente al parque Gezi, frente a la policía que lo protege, diciéndolo todo sin hacer nada.
El parque de Besiktas está a rebosar. Han puesto incluso una carpa con una “exposición de la resistencia” con fotos de estos días, donde algunos juegan al ajedrez.
Una de las diferencias de los nuevos parques con Gezi es que allí se veían algunas banderas de organizaciones y partidos políticos, y aquí no. Me cuentan que han decidido que no haya, y que lo respetan porque saben que no serían bien recibidas. Sí hay personas que están en partidos, pero vienen como personas, no como miembros de ningún colectivo, me dicen.
Una mujer me cuenta que pronto habrá una marcha en Estambul por la diversidad sexual. “Los travestis y transexuales siempre han estado muy mal vistos, pero han sido los que han liderado la resistencia, junto a los hinchas de fútbol. Fueron los que abrieron sus puertas para salvar a la gente y los que rescataron a cientos de perros y gatos que, si no, hubieran muerto por el gas.”
En la asamblea piensan cuál va a ser su próximo paso. Algunos tienen la mirada puesta en las siguientes elecciones: en crear un partido político nuevo o en apoyar estratégicamente a uno que ya exista, usarlos como ellos les han usado tantas veces. Otros creen que el camino es más a largo plazo, que hay que seguir creando comunidad. “No podemos ni imaginar cuántos proyectos saldrán de aquí”.
Viernes 21
Hoy, en el parque de Besiktas se dividen por comisiones: Legal, Comunicación, Logística, Mujeres, Salud, Educación, Artes… En las asambleas más grandes, cogen actas y las suben a la web. También han colgado una lista no oficial de principios: “somos pacíficos, ninguna organización nos representa, no tenemos líderes, la libertad es lo único que nos inspira”.
La Plataforma de Solidaridad con Taksim convoca a ir mañana a la plaza, a las 19h, con claveles en la mano, en homenaje a los muertos. La de Besiktas y otras asambleas deciden apoyar la acción. La decisión es rápida: alguien lo propone y las miles de manos levantadas indican que la propuesta es aprobada.
Sábado 22
Taksim vuelve a estar llena de manifestantes, muchos de ellos con claveles, alguno con nariz de payaso, pocos con máscaras de gas. Uno se sube al monumento a la República y le da un clavel a la estatua. Cientos se suben a las escaleras que dan al parque Gezi, frente al cordón policial. Pasa una hora, la policía dice por megáfono: “Ya os habéis manifestado, ahora iros, tenéis quince minutos”. Nadie se va. Les gritan: “Iros vosotros, inmediatamente, el parque es nuestro”.
Pasa el tiempo, salen las tanquetas con el agua a presión, la gente corre, algunos intentan quedarse, varios se quedan frente a las tanquetas para que no pasen, meten claveles en ellas, les dicen a los policías: ¿No sóis personas?. La policía les empuja, avanzan por Istiklal, tiran bombas de gas. En un momento dado, calculan mal su posición y se ven rodeados de manifestantes, se ponen contra la pared, los manifestantes se aplauden, pasan a su lado, no les hacen nada, solo pasan y se aplauden.
Cuando los policías vuelven a coger posiciones, atacan otra vez con gas. Me refugio con otros turistas en una tienda de antigüedades. El dueño nos invita a ir arriba, nos quitamos los zapatos, cruzamos su alfombra, nos sentamos en su sillón. Le han puesto una máscara de gas a una niña que está asustada. Le tranquilizan sonriendo: “No es nada, ya pasó, dile hello a nuestros amigos”.
El dueño nos dice: “Estas protestas las han creado las potencias extranjeras porque han visto que estábamos creciendo mucho y haciendo grandes obras, por ejemplo, un aeropuerto, que podría hacer sombra al de Frankfurt; no es nada nuevo, desde que nació Turquía ya intentaron ocuparla y desde entonces vienen haciendo lo mismo”.
Una pareja de turcos, que viven ahora en Estados Unidos, le contestan que este gobierno es demasiado represor, y él admite: “Es verdad que ya no es tiempo de ser tan autoritario, ese tiempo ya pasó”.
Intentamos mirar por la ventana, pero nos advierte: “Quitaos de ahí, no quiero que os vea la policía”. Media hora después, bajamos.
Los manifestantes intentan volver a la gran calle comercial, Istiklal. Tras un par de horas de toma y daca, lo consiguen, hacen una gran barricada, están eufóricos.
No tarda en aparecer una tanqueta lanzando agua a presión y bombas de gas, y empieza la estampida, el caos, dos bombas de gas caen al lado mío, hay que salir de allí como sea, pero somos tantos que nos pisamos, uno se cae, consiguen levantarlo, avanzamos lenta pero frenéticamente hasta un café que tiene medio echado el cierre. Consigo entrar arrastrándome. Muchos nos arrastramos, asifixiándonos, sin ver nada, con tal angustia que, de forma intuitiva, me quito las gafas de buceo y la máscara –puta intuición, es mucho peor, me falta el aire. Subo, subimos, a las segunda, a la tercera, a la cuarta a la quinta planta, como gusanos, buscando un poco de aire. Algunos vomitan, gimotean, se oyen gritos de agonía, de auténticos moribundos y ya no hay más plantas que subir, nos tiramos al suelo, rendidos, esperando que todo pase, soñando, no sé muy bien porqué, con un zumo de naranja. Uno me agarra del brazo, me dice algo en turco, le contesto en inglés, me dice al oído: “Creía que me moría, man“. Y yo también, «my friend», yo también.
Cuando el gas se dispersa, y la policía se dispersa, nosotros respiramos. Hay quien fuma. Istiklal está desierta. Las otras calles, llenas. Yo me bebo el mejor zumo que jamás tomaré en mi vida. Vuelvo a Asia, a casa. Allí, muchos siguen pescando y tomando cerveza.
Domingo 23
Taksim no descansa. Una marcha de transexuales inaugura el #LambdaIstambul, 10 días por los derechos LGTB (lesbian & gay & transexual & bisexual). El lema de este año es “Resistencia”. Miles de personas llenan la plaza con una gran bandera arcoiris que llevan por todo Istiklal y cantan: “Esto es solo el principio / seguiremos resistiendo”. Muchos llevan un casco rosa.
Hoy no ataca la policía.
Una chica me cuenta que “hay mucha doble moral con los transexuales, incluso hay una presentadora de televisión que lo es”, pero que “si son famosos no hay ningún problema, lo malo es cuando son pobres”. También dice que “sufren muchos ataques violentos, incluso hay vecinos que intentan echarles de sus barrios”.
Por la noche, decenas de velas en Taksim recuerdan la masacre de Sivas, cuando en 1993 una multitud de nacionalistas turcos incendió un edificio y murieron 33 intelectuales alevíes.
Una chica dice en un periódico: “El gobierno oprime a todos los que no correspondan a su ideario social: a las kurdos, a las mujeres y, desde luego, a los homosexuales y transexuales, y por eso todos se han unidos ahora en las protestas”.
Viene a mi mente la palabra “minorías”. Pero son demasiados. Pienso si la minoría no será más bien Erdogan.
Lunes 24
Han liberado al policía que mató a un chico en Ankara. El juez alega que actuó en defensa propia. La asamblea de Kadikoy no está de acuerdo con el juez y decide convocar una marcha de protesta. Más de mil personas toman las calles y muchos vecinos apoyan desde sus ventanas con aplausos y caceroladas, incluso uno, no sé por qué, zarandea un cojín rojo. Los manifestantes les invitan con las dos manos a unirse, mientras cantan: “Ven, ven, Ven”. Y también: “Ethem está bajo tierra, los asesinos siguen fuera” y “Tahrir, Atenas, Madrid, os enviamos mil saludos”.
A veces se sientan para cortar una carretera y hacen un grito mudo. Cuando pasan por un Starbucks, ponen los brazos en cruz y le hacen el gesto mudo de “en contra”. En un momento dado, gritan “olé, lánzanos gas, olé”, pero hoy tampoco hay policía, no hay gas, no hay disturbios. Tras un par de horas, vuelven al parque y celebran su asamblea.
En el parque de Kadikoy hay ya puestos de alimentación, una biblioteca y una exposición de fotos y dibujos infantiles. En uno de ellos, hay una máscara de Anonymous sonriente al lado de una de un hombre que llora, y puede leerse: “Bienvenidos al teatro al aire libre del gas, todo el mundo puede participar”. Un chico con altavoz recorre el parque pidiendo donaciones de sangre para determinado grupo sanguíneo que necesita urgentemente el hospital del barrio. La consiguen en un tiempo récord.
Unos han hecho una pequeña jaima, otros sacan un acordeón y cantan. Pregunto si antes era habitual pasar las noches en los parques. ”No”, me dicen, “se consideraba peligroso, solo venía la mala gente”.
La mala gente, los çapulcu que ahora salen a la luz, están en todas partes, tomando plazas, conciencias, redes sociales, parques.
Y pienso que, pase lo que pase a partir de ahora, Estambul ya no es la misma, Turquía jamás volverá a ser igual♦