Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2198 de la revista ‘Caretas’.
El pasado martes 6 de septiembre Jaime de Althaus me entrevistó en su programa “La hora N”, para discutir sobre los perjuicios o beneficios de la erradicación forzada de cocales en la lucha contra el narcotráfico. La entrevista fue prolongada, con algunos visos de polémica y, me pareció, harta explicación.
Si quieren, la pueden ver aquí.
En resumidas cuentas, le expliqué a Althaus cómo y porqué el sistema de erradicación forzado de cocales había fracasado, sin excepciones, como medio estratégico para enfrentar el narcotráfico durante los algo más de 30 años de vigencia de la llamada “guerra contra las drogas”.
Después de la entrevista, me pareció que Althaus quedaba con razones para pensar más y de repente hasta mejor.
No fue así. El viernes 9, Althaus escribió en El Comercio un artículo de título inequívoco: “Sin erradicación no hay desarrollo alternativo”. Empezaba escribiendo lo siguiente: “Es increíble y sospechoso que se discuta la necesidad de seguir adelante con la erradicación de cocales”.
El resto de la nota fue una oda extática a la erradicación estilo colombiano (“¡En el Perú se incauta 15 veces menos cocaína y 30 veces menos insumos químicos que en Colombia! […] En Colombia se erradicaron 95 mil hectáreas el 2008, diez veces más que en el Perú […] hay que erradicar muchas más hectáreas de lo que se hace ahora…”).
Si quieren leerlo, lo pueden encontrar en la siguiente previsible dirección. La ignorancia no siempre es atrevida, pero cuando la promueve una combinación de prejuicio ideologizado con los atávicos reflejos de Areche, ahí sí se emborracha de atrevimiento.
No fue el único en ese grupo de medios que en esos días desfilaron a paso de ganso las banderolas erradicadoras. Por un cierto sentido de pudor, la gente que sirvió al montesinato debería discutir los asuntos de lucha contra el narcotráfico con las rodillas juntas y el sombrero en la mano. No con los falsos airecillos de presidenta de la liga de la moralidad.
La erradicación de cocales no ha funcionado ni funciona en el área andina en la lucha contra el narcotráfico.
¿Cómo? ¿No que funcionaba en Colombia?
No. Tampoco.
Que hablen los expertos.
Cuando el Plan Colombia iba por su cuarto año, el teniente coronel del Ejército de Estados Unidos, Kenneth W. Bishop hizo un estudio para el Army War College sobre: “The National Drug Control Strategy: Effectiveness of Eradication in Colombia” (“Estrategia Nacional de Control de Drogas: Eficacia de la erradicación en Colombia”).
SEGÚN el comandante Bishop, “La mejor manera de determinar el grado de fracaso de la estrategia de reducción de oferta [de drogas] es examinando la relación de costo beneficio […]. Globalmente, a Estados Unidos le ha costado $4 millones 661 mil 452 dólares la erradicación de cada hectárea de coca”. Su recomendación: “ Estados Unidos debería descontinuar la erradicación como una herramienta de disrupción del mercado de drogas y enfocarse más bien en las verdaderas causas de la producción colombiana de drogas”.
Y este año, el 2011, la Rand Corporation hizo un estudio para la Fuerza Aérea de Estados Unidos sobre: “The Latin American Drug Trade” (“El comercio de drogas en Latinoamérica”). Su autor principal es el analista Peter Chalk; y sus conclusiones, en lo que concierne a este artículo, fueron las siguientes:
• “Colombia sigue constituyendo la principal fuente de cocaína para los mercados de Estados Unidos y el mundo […] no hay ningún signo que los volúmenes totales embarcados desde el país [Colombia] vayan a disminuir […] [eso] parece contraintuitivo dadas las vastas áreas de cocales destruidas […] pero eso solo indica la facilidad con la que las plantas pueden ser reemplazadas… […] y con plantas de rendimiento mejorado, la producción se puede mantener con menor área de cultivo”.
• “De hecho, el recurso a la erradicación de cultivos es cuestionable. […] El costo proyectado de los programas de [erradicación] manual y fumigación aérea se espera que surjan a $1,500 millones de dólares el 2013. El hecho que eso pudiera no resultar en ninguna disminución significativa de la producción, obviamente cuestiona esta inversión […]”.
• “No ha habido disminución en los protagonistas del narcotráfico que operan en Colombia. […] la FARC permanece como una prominente y amenazadora entidad narcotraficante y productora […] los ex paramilitares reemergen como sindicatos criminales […] el ELN parece estarse moviendo hacia el negocio de la cocaína y hay por lo menos 350 “baby carteles” en plena actividad”.
Según la publicación digital especializada Insight Crime, hay ahora por lo menos seis grupos criminales principales operando en Colombia.
A su turno, el prestigioso INDEPAZ, reportó en su reciente documento sobre “El avance del narco-paramilitarismo”, que el 2010, hubo ataques de narcotraficantes o de Bacrims (Bandas criminales) en 360 municipalidades, de las 1,100 que tiene Colombia, sobre todo en áreas donde antes operaron los paramilitares.
Adam Isaacson, el connotado experto en seguridad de Wola, ha graficado su análisis de tendencias tanto nacionales como regionales en producción y oferta de coca y cocaína. En cuanto a los cultivos de coca en Colombia, la tendencia es, pese a las decenas de miles de hectáreas fumigadas o arrancadas manualmente, a la estabilización de área. De acuerdo con los estimados del Gobierno de Estados Unidos, que cita Isaacson, el área de cultivos de coca en Colombia en 2010, fue de 116 mil hectáreas, contra 113 mil en 2003 y 114 mil en 2004.Es decir, los miles de millones de dólares gastados en la erradicación solo han logrado mantener la base productiva que necesitan los narcotraficantes para abastecer el mercado.
Isaacson indica también que –de acuerdo con las cifras de las Naciones Unidas– la producción sumada del área andina (Perú, Bolivia y Colombia) se ha mantenido básicamente estable durante la década, en 900 toneladas de cocaína. Algo parecido ocurre con la extensión de los sembríos de coca en la región andina, que desde el 2003 hasta ahora se mantienen entre las 160 mil y 170 mil hectáreas.
¿De dónde salen, entonces, las cifras optimistas que citan los propagandistas de la erradicación? El colombiano Ricardo Vargas Meza, uno de los más destacados estudiosos sobre el tema del narcotráfico, lo explica en su corto y fulminante trabajo, “El bazar de las cifras”. El subtítulo lo dice todo: “En la guerra contra las drogas en Colombia, las cifras son otro frente de combate”.
Vargas demuestra la manipulación de cifras. Menciona, por ejemplo, que la oficina colombiana de la Organización de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) señaló en su informe de 2007 un fuerte incremento de áreas sembradas con coca. Eso enfureció al gobierno de Uribe, que amenazó con “romper el convenio con la ONUDD”. Igual o más lo había enfurecido el estimado de rendimientos de PBC por tonelada de hoja que ésta hizo desde el 2004.
Al año siguiente, la ONUDD cambió por completo, como documenta Vargas, sus estimados de rendimiento, sin indicación de causa, de manera que “con los estándares de 2004, la producción de cocaína pura en Colombia alcanzaría las 616 toneladas […] con el cálculo oficial de 2008 … se señala que la producción fue de 430 toneladas”. Como se ve, un cambio de cifras hizo desaparecer 186 toneladas de cocaína.
En resumen, la estrategia antidrogas colombiana tiene algunas cosas que enseñar aparte de la estadística como ficción: el manejo propagandístico de las cifras, el trágico derroche y los resultados contraproducentes de la erradicación, la recomposición del crimen organizado.
Los logros del Plan Colombia se han dado fundamentalmente en el área de contrainsurgencia. En el ámbito de la lucha contra el narcotráfico, hay muy poco que mostrar, excepto los pobres resultados de lo que debió ser una inversión y terminó siendo un derroche enorme de dinero y un desperdicio no menor de oportunidades.