Llegué a Ecuador para un congreso sobre seguridad ciudadana en la región, pero terminé como testigo directo de un motín policial y de la fragilidad de un gobierno latinoamericano.
Desde el inicio del jueves 30 todo fue atípico. Policías uniformados quemando llantas, gritando y protestando para exigir al gobierno el respeto de sus beneficios salariales. ¿Cómo lograron realizar una huelga policial tan rápida y de dimensión nacional? El miércoles por la noche, en la Asamblea Constituyente, los representantes –o asambleístas– eliminaron beneficios y condecoraciones, arguyendo que se producía un desbalance fiscal al sector público, lo cual afecta a los militares y policías.
En el Perú también hubo rumores de una huelga policial el pasado abril que tenían como principal argumento la escala salarial.
¿Cuánto gana un policía en el Ecuador? En el 2006, el policía de menor rango ganaba 345 dólares, ahora, alrededor de 792 dólares; más del doble que en el Perú. Además, los policías se encuentran bien equipados, a diferencia de los peruanos; además, que el gobierno de Correa se ha concentrado en mejorar el bienestar policial, en especial en salud y vivienda.
Por otro lado, la ausencia de militares en las calles para controlar a los revoltosos policías llamó la atención. El gobierno no había decretado aún el Estado de Emergencia.
Avanzado el día, en todo Quito, piquetes de policías uniformados quemaban llantas, bloqueando el tránsito y causando desmanes. Sí, las fuerzas encargadas de la seguridad pública creaban caos en la ciudad. La violencia se desbordó en las calles, hubo desmanes delincuenciales en Guayaquil. Los principales centros de comercio cerraron sus tiendas, el transporte público paralizó casi en su totalidad y escasearon los taxis.
La protesta se desbordó. Entonces el presidente Correa encaró a los efectivos que protestaban reunidos en el Hospital de la Policía. Varios grupos se reunieron con él. Explicó que la ley no les afectaría y que recordaran los beneficios que había traído su gobierno para el sector.
Pero la reunión terminó mal. Rafael Correa, sus ministros y escolta fueron agredidos y gaseados por los policías amotinados. Luego, Correa quedó recluido, en una situación incierta, en el hospital.
Esto tensionó el país. El presidente no pudo salir del nosocomio policial porque los huelguistas impedían su salida. Se especulaba que habría un golpe de estado.
Más tarde, el jefe del comando de las Fuerzas Armadas de Ecuador, Ernesto González, rechazó la huelga y solicitó respetar el orden constitucional.
Luego, ciudadanos se volcaron a las calles para respaldar al presidente y la democracia frente al hospital donde estaba secuestrado Correa –unos 10 mil– y en la plaza del palacio de Carondelet, sede de Gobierno.
Mientras la plaza principal de Quito comenzaba abarrotarse de gente, los policías constituían un fuerte de resistencia en el Hospital Policial. La situación se agravó. En la plaza el ambiente era tenso pero de total respaldo a Correa.
Hacia las 6 de la tarde del jueves se pensaba que el conflicto se resolvería. Los manifestantes comenzaron a agitar banderas ecuatorianas y verdes (del movimiento político de Correa) y empezaron los bailes por la democracia. Pero una señal de la gravedad de la crisis fue el cierre de fronteras por parte de Perú y Colombia. El secuestro de Correa preocupaba a la mayoría de manifestantes.
Desde el hospital, el jefe de Estado responsabilizó a los policías sublevados si algo le sucedía. De pronto, hubo una transmisión en vivo en la plaza: imágenes de las Fuerzas Especiales del Comando Conjunto de la Fuerza Armada Ecuatoriana entrando al hospital, ruido de disparos con la narración trémula de un reportero.
En los manifestantes, los rostros eran de preocupación, pena, hasta llanto. Había balas de ambos lados, explosión de bombas, heridos recluidos en el hospital, niños, mujeres; al parecer la situación podía tener un desenlace trágico, se sospechaba, incluso, de un magnicidio.
La situación cambió cuando el mismo periodista reportó que el presidente había sido liberado en silla de ruedas por los militares.
La plaza explotó en júbilo con “el que no salta es golpista, el que no salta es golpista” entre mujeres, ancianos y jóvenes universitarios.
Luego de la liberación de Correa, la plaza vivía un ambiente de fiesta que llegó a su clímax con la llegada del presidente al Palacio de Carondelet.
Maltrecho y casi sin poder caminar por una lesión reciente en la rodilla, pidió un minuto de silencio por los caídos en esta absurda, como bien lo describió, revuelta. Luego, señaló que detrás de lo acaecido había intereses, como por ejemplo del ex presidente Lucio Gutiérrez, quien se encontraba desde hacía poco, en Brasil.
Así acabo uno de los más turbulentos días de mi vida. Con ciudadanos cansados, jefes de estado golpeados y un país convulsionado, que demostró que quiere vivir en democracia.