Se cumplían 30 años y, a la distancia de una generación, ambas fechas terminaron mirándose en los extremos de ese tiempo, marcando la una y la otra un aura tóxica que, por fortuna, solo señala la fecha y no cierra un circuito de pesimismo, aquel que nos conminaría con el peso de la evidencia a abandonar la esperanza de una Patria grande, honesta, libre, próspera y justa.
El 5 de abril de 1992 se perpetró un golpe de Estado que destruyó la democracia en el Perú y dio inicio a una dictadura de ocho largos años. El 5 de abril de 2022 fue el día de un toque de queda abusivo de 24 horas, que, sin considerar las horas previas de la noche, apenas alcanzó a durar las ocho horas de la jornada laboral.
El golpe de Estado de 1992 fue una acción largamente premeditada, probablemente desde 1990 y con seguridad desde 1991. El gobierno actual es largamente improvisado.
El 5 de abril de 1992 dio inicio a una dictadura que concentró y centralizó la corrupción, con método, sistema y avasallamiento de todas las instituciones de investigación, control y regulación. El gobierno de Castillo no solo es improvisado sino incompetente y afectado también por una evidente corrupción que, a diferencia de las anteriores, es de oportunidad, pirañera, ávida y torpe.
El gobierno de Fujimori fue posible, entre otras cosas, por la desesperación que trajo el crecimiento de Sendero junto con la hiperinflación y el desgobierno corrupto del primer gobierno de García. El de Castillo fue resultado de los estragos de la peste, del Covid largo que sigue afectando a la nación.
Planificación con larga premeditación en un caso; improvisación e incompetencia en el de ahora. Eso es lo que muestran los polos del 5 de abril, con 30 años de diferencia.
Muestran muchas otras cosas, por supuesto. La dictadura de Fujimori y Montesinos fue derrocada por una sostenida movilización popular que inauguró el más largo período de gobiernos democráticos en nuestra historia; acompañado también por un largo y sostenido crecimiento de la economía. Aunque no creo que haya habido un solo año fácil en todo ese período, buena parte del cual fue un existir peligroso, una ruta que una vez y otra orilló abismos, lo cierto es que el país mantuvo un crecimiento vivo en libertad.
No se debe entender ese progreso de la libertad como un proceso de claras mayorías con visiones compartidas. La nostalgia dictatorial, de la mano dura, se alimentó de cada frivolidad, ineficiencia o corruptela de los gobiernos democráticos. Miramos el abismo, el abismo nos miró y logramos que la democracia no fuera derrotada ni una vez durante los primeros veinte años del siglo, pero las victorias precarias solo ganan tiempo, no estabilidad.
Los años de lucha contra la gran corrupción –sobre todo en los casos Lava Jato y Lava Juez– sí capturaron el apoyo y hasta el fervor popular. Las movilizaciones a favor fueron extraordinarias y tuvieron jornadas decisivas. Pareció que se abría el camino a una sociedad mucho más justa por ser honesta. Cuando los grupos vinculados con la corrupción contraatacaron con los mecanismos propios de la desinformación, el avance hacia una mayor integridad se hizo más lento, aunque no paró.
La peste, el Covid, fue el evento traumático que no solo representó una calamidad en sí mismo, sino prolongó sus efectos sobre toda la vida nacional; debilitó las fuerzas democráticas y fortaleció los extremismos que apelan a la mano fuerte y el asalto a la razón. Y eso explica no solo la elección de los finalistas que disputaron la segunda vuelta de la presidencia en 2021, sino el resultado del gobierno que hoy tenemos. Uno que cuando quiere mostrar fuerza y vaciar las calles al decretar un toque de queda general, consigue que en pocas horas las calles se llenen con una gran manifestación que hace trizas el toque de queda.
Eso demuestra otra diferencia fundamental: El 5 de abril de 1992 comenzó una dictadura que duró ocho años. El 5 de abril de 2022 puede marcar el inicio del fin de un gobierno débil y torpe que nunca perdió la oportunidad de decepcionar.
¿Hemos retrocedido en esa comparación de lo fuerte con lo débil? No. En perspectiva hemos avanzado, aunque el camino haya estado plagado de averías y accidentes. El fujimorismo montesinista, con lo que significó, envejece, se debilita y pronto desaparecerá. Esta es, de paso, la ocasión para que las fuerzas democráticas peruanas demuestren una magnanimidad que solo las robustecerá, pero esa es otra discusión.
El 5 de abril de 1992 se aleja para siempre y pronto solo la memoria registrada permanecerá. Pero dejarlo atrás no significa, a menos que con esfuerzo lo logremos, marchar hacia el destino que merecemos tener. Y por eso, con todas sus diferencias, el 5 de abril de 2022 nos muestra, en rápida comparación, que nada está asegurado, que el pantano reaflora, que la democracia es hoy más precaria que ayer, que el Visitador Areche organiza sus troles y huestes de la desinformación; pero que, pese a lo retrocedido, el ánimo y el esfuerzo de los peruanos empeñados en fructificar los ideales de los fundadores de la Patria podrá al fin prevalecer.