Si la serie “Juego de Tronos” electriza cada domingo a los televidentes, en el ex CAEM –hoy CAEN– el juego de sillas de un conflicto de jefaturas provoca clandestinos suspensos y revela una sorprendente correlación de fuerzas en el sector Defensa.
El argumento del juego de sillas en el CAEN se mueve entre el drama y la farsa, pero en el proceso resulta profundamente revelador.
El relato, les prometo, es entretenido. Sospecho, eso sí, que el fundador del CAEM, el general José del Carmen Marín, debe estar rabiando en el más allá pero sin poder apartar la atención de la historia que ahora les empiezo a contar.
¿Dónde está el director?
Cuando uno llega al Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN), el lema de la institución precedente, el histórico Centro de Altos Estudios Militares, se impone a la vista. “Las ideas se exponen, no se imponen”, está escrito en letras monumentales en el frente del bello edificio.
Muchas bromas se han hecho sobre ese lema (la más frecuente de las cuales es: “las ideas se exponen, no se imponen ¡carajo!”), y hay libros importantes sobre el papel del CAEM en la historia reciente del Perú [entre los cuales los de Víctor Villanueva: “El CAEM y la revolución de la Fuerza Armada” (1973); y el de Jorge Rodríguez Beruff, “Los militares y el poder: un ensayo sobre la doctrina militar en el Perú: 1948-1968” (1983)].
El papel del CAEM en la historia peruana durante la última parte del siglo XX, fue muy importante. Aunque su contribución en favor de la democracia no haya sido precisamente positiva, lo cierto es que, inspirado en el modelo francés, buscó promover una sólida formación intelectual entre los militares y la minoría civil que pasaron por sus cursos.
Fue además un paso virtualmente obligado para ascender a la clase de general o de almirante en la Fuerza Armada. Había alternativas, pero esa era la vía principal.
Desde la última parte de los 90, el CAEM ingresó a una reorganización cuyo resultado más visible fue el salto de una letra en sus siglas, de CAEM a CAEN (Centro de Altos Estudios Nacionales). La institución, sin embargo, funciona en el mismo edificio, con las mismas losetas en los pasadizos, los mismos muebles y los mismos empleados.
El jueves 23 Antonio Tello, de IDL-R, y este periodista llegamos al CAEN y preguntamos en la sala de ingreso por el Director de la institución.
Un empleado civil nos pidió sentarnos en la sala de espera mientras iba a anunciarnos, y desapareció. No lo volvimos a ver.
Al rato, después de llamarlo por celular, baja el director y nos lleva a su oficina, en el segundo piso. Pero en las escaleras se acerca a nosotros Roberto Vizcardo, secretario general del CAEN y nos pregunta a quién buscamos. Al director del CAEN, decimos, y ya lo hemos encontrado.
–El señor ha sido cesado –dice Vizcardo, señalando con el pulgar a Luis Piscoya Hermoza–. Con quien tienen que hablar es con el doctor Alex Robertson.
–¡No es cierto! – retruca Piscoya, sin mirar a Vizcardo y con el gesto de quien acaba de saborear comida malograda.
Le digo a Vizcardo que Piscoya aparece como director del CAEN en la página digital del ministerio de Defensa, sin ninguna indicación de que haya sido cesado.
–Es un error que falta corregir –repone.
Entrevistaré a Robertson, le respondo a Vizcardo, apenas termine de hacerlo con Piscoya.
Vizcardo se va y subimos a la oficina del director.
Hay un silencio que no es de aula sino de convento asustado en el CAEN, que se proyecta en tránsitos rápidos y miradas preocupadas en los pocos rostros que asoman desde las oficinas.
La oficina del director gobierna la vista sobre los dos pisos que rodean el amplio patio interno del CAEN. Es un bello local que vio tiempos mejores.
Piscoya se sienta en el escritorio desde el que despacha en la dirección. Ahí figura el nombre de Lizzandra Segovia Figueroa, y no el suyo.
Desde que se produjo el golpe de mano en el CAEN, el grupo que ‘cesó’ a Piscoya le puso llave a la oficina de este. Piscoya ha podido reconquistar la oficina de su secretaria, desde la que despacha sin prejuicios. Su reconquista de espacios incluye el baño y la pequeña cocina, una sala de reuniones pequeña y la gran sala de acuerdos, con los retratos de todos los directores que tuvo la institución, cuando terminaba en N y cuando terminaba en M.
Al rato entra Vizcardo en la sala e indica que Robertson no considera conveniente dar una entrevista ahora, dadas las circunstancias. Digo que lo iré a buscar de todos modos y sigo entrevistando a Piscoya sobre la guerra entre dos directores de una misma institución, cada uno de los cuales se proclama auténtico y usurpador al otro.
¿Y dónde está el ministerio de Defensa?
¿Cómo es posible que la que debe ser la principal institución académica en el área de Defensa tenga ahora esa realidad bananera, con dos directores enfrentados entre sí, escaleras de por medio? Arriba, el director Luis Piscoya Hermoza, sentado en el escritorio de su secretaria ante la puerta de su oficina cerrada con llave. Abajo, en el primer piso, el que hasta marzo fuera el director académico, Alex Robertson, se proclama como director encargado, y parece controlar al personal. De hecho, al salir ubicamos a Lizzandra Segovia, la secretaria de Piscoya, en el primer piso. Ha recibido órdenes de no subir, y parece ansiosa cuando le preguntamos sobre el conflicto. “Voy a pasar rancho”, dice, castrense pero inquieta con la premura del hambre o la del miedo.
El CAEN no es autónomo. Depende del ministerio de Defensa, a través del viceministerio de Políticas para la Defensa, a cargo de su actual viceministro, el contralmirante AP (r) Mario Sánchez Debernardi. Debajo de este, el CAEN depende más específicamente de la Dirección General de Educación y Doctrina, que dirige el general EP José Antonio Galindo Heredia.
Si uno entra a la página web del ministerio verá que en el directorio de los “principales funcionarios”, quien figura como director del CAEN es Luis Piscoya Hermoza (ver).
De otro lado, si se ingresa a la página web del CAEN, se verá que Alex Enrique Robertson Cáceres aparece como “Director General (e) del CAEN” y como “Director Académico” también.
Llamé al ministro de Defensa, Pedro Cateriano, para preguntarle cómo explicaba ese CAEN feudalizado. “Le he encargado al viceministro de Política para la Defensa que solucione ese asunto”, me dijo Cateriano.
Puedo equivocarme, pero me dio la impresión de que Cateriano no quería meterse en el problema, cosa rara en un ministro con reputación de persona decidida. Así que llamé a Sánchez Debernardi, un infante de Marina quien antes de ser pasado al retiro desarrolló una amplia experiencia en misiones internacionales.
La situación en el CAEN, dijo Sánchez Debernardi, “es un dolor de cabeza … [que] pone en tela de juicio mi autoridad … me siento mal y mortificado sobre este tema”.
En medio de ese choque de personas, agregó el viceministro Sánchez Debernardi, “tratamos de que no se afecte la imagen de la institución, ni los doctorados y maestrías”.
Le dije que la imagen de un CAEN convertido en un Mogadiscio académico iba a ser irremediablemente afectada. Lo que sucede, repuso Sánchez Debernardi es que “el CAEN pasó por un proceso de reestructuración hace un par de años, que terminó en abril del año pasado … esa reestructuración llevó al CAEN de mal en peor”.
Sánchez Debernardi indica que comunicó a Robertson que el “cese” de Piscoya “no era correcto. El único que podía sacar del cargo al doctor Piscoya era el ministro”. Sin embargo, añade Sánchez Debernardi, “… contestan reclamando autonomía y que tienen derecho”.
Así que el ministro de Defensa encarga a su viceministro que solucione el bochornoso problema de una institución directamente dependiente de su despacho y este no logra otra cosa que verse obligado a reconocer su impotencia.
¿Tanta fuerza tiene Robertson?
Secretos de Promoción
Alex Robertson se presenta a sí mismo como un intelectual acreditado. Sostiene ser doctor en Administración por la universidad Garcilaso de la Vega y doctor en Filosofía por la universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Según ha podido averiguar IDL-R, Robertson no tiene doctorado en San Marcos. Clotilde Montejo, secretaria de la unidad de post grado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM, indicó que Robertson no ha sustentado su tesis.
Robertson es, en cambio, un militar en retiro, que llegó al grado de coronel EP en el arma de Intendencia. Era jefe de Intendencia del Ejército cuando se desató el escándalo de los generales gasolineros en noviembre del 2006. Fue pasado al retiro el año 2007 y eventualmente tuvo un proceso por “omisión de denuncia”.
No parece una trayectoria que lleve a una posición de poder cuando se ha pasado al retiro.
Pero hay un detalle importante: Robertson se graduó en la promoción 1976, “Coronel Mariano Aragonés”, de la Escuela Militar de Chorrillos.
Es una promoción que hasta ahora ha logrado dos comandantes generales del Ejército: el anterior, general EP (r) Víctor Ripalda y el actual, general EP Ricardo Moncada. Otro general con una posición significativa y que todavía mantiene proyección es Benigno Cabrera Pino, actual jefe de la región militar Sur.
Pero el miembro más importante (si importancia es peso, influencia, poder) de esa promoción nunca llegó a general. Se trata del coronel EP (r) Adrián Villafuerte Macha, asesor del presidente Ollanta Humala.
Cuando pregunto a algunos civiles que han trabajado o trabajan cerca del presidente Humala sobre Villafuerte, me suelen decir que sobrestimo la importancia de éste.
El caso del CAEN, sin embargo, permite una visión empírica del tema.
Robertson no solo es copromocional sino amigo de Villafuerte, según fuentes bien informadas.
No es el único copromocional y amigo de “Ácido” que se encuentra en la estructura del Ministerio de Defensa.
Augusto Moreno O’Phelan es Director General de Política y Estrategia del ministerio de Defensa desde septiembre de 2012.
Moreno O’Phelan es también un coronel EP (r), del arma de artillería, que se graduó en la promoción “Mariano Aragonés” de 1976.
A diferencia de otros copromocionales, Moreno O’Phelan tiene por lo menos otros dos vínculos con Villafuerte.
Uno es que ambos trabajaron, a la vez, para el general montesinista César Saucedo. Los dos tuvieron funciones de secretaría y asesoramiento de Saucedo.
Lo segundo es que fueron pasados al retiro juntos, a fines de diciembre de 2003.
Diez años después, las cosas, sin duda alguna, han cambiado para este grupo de coroneles retirados de la Aragonés.
Su fuerza se puede medir en la pugna por la dirección del CAEN.
De un lado está el director nombrado por este gobierno: Luis Piscoya, un catedrático de Filosofía de larga trayectoria, que ha sido Profesor Visitante en universidades tales como la Ludwig Maximilian, de Münich; la Stanford, en Palo Alto, California; y la University of Kansas, en Lawrence, Kansas.
Del otro lado, el director académico: Alex Robertson, un coronel retirado de Intendencia, con un doctorado en Administración de la Garcilaso; estudios de Filosofía en San Marcos y cursos en el CAEN.
Cuando Piscoya se opuso a algunas acciones de Robertson, que veremos en breve, este aprovechó un viaje de Piscoya a un encuentro académico en España, para organizarle un golpe y “cesarlo”, con la connivencia de la plana mayor administrativa del CAEN.
Al negarse Piscoya a reconocer el “cese”, el asunto derivó al ministerio de Defensa, donde, primero, la oficina general de Asesoría Jurídica del ministerio de Defensa encontró que el golpe contra Piscoya adolecía de “vicios de nulidad insalvables”. De acuerdo a ello, el viceministro Sánchez Debernardi ordenó (con el oficio Nº 296 MINDEF/VPD, del 22-3-13) que Piscoya reasuma la dirección general del CAEN.
En el CAEN, Robertson y su grupo no solo desobedecieron la orden del viceministro sino respondieron que el único órgano de gobierno del CAEN, sobre el que nadie manda en este país, es el Consejo Superior de esa organización. ¿Quién lo controla? Robertson, por supuesto.
De manera que Robertson no solo se amotinó y “cesó” a Piscoya sino se declaró en abierta insubordinación frente al viceministro de Defensa y, por ende, también frente al ministro Cateriano.
Hasta ahora ha tenido éxito. Ya Sánchez Debernardi se ha declarado impotente para resolver el problema, mientras que Cateriano, el ministro, se lo sigue delegando para no tener él que afrontar situaciones disyuntivas.
Robertson no parece tener peso ni autoridad propios. Su fuerza es la que le da la estrecha vinculación con Moreno O’Phelan y, sobre todo, con “Ácido” Villafuerte.
Entonces, cuando un experimento permite constatar las causas y efectos que llevan a un resultado determinado; y cuando ello permite identificar la razón de resultados similares, la pregunta se responde casi automáticamente.
¿Quién manda realmente en el sector Defensa? ¿Quién manda en todo el sector de seguridad?
¿Un champancito, Aristóteles?
Aunque no lo parezca ahora, hubo un momento en el que la relación entre Piscoya y Robertson parecía inmejorable. De hecho, fue Robertson quien llevó a Piscoya al CAEN y lo propuso como director general.
El 2011, Robertson publicó y presentó un libro llamado “Bába Funké y yo”, una suerte de novela filosófico-sentimental que une a wikipedia con algunos romances de chifa con rosé semiseco. El protagonista, Alejandro, se parece a Robertson en todo menos en el nombre. Dice tener una biblioteca en la que sobresalen los “libros de Filosofía de: Platón, Aristóteles, Lucrecio, René Descartes, Baruch Spinoza, Giordano Bruno, Inmanuel Kant, E.G.F. Hegel, Nietzsche, Bertrand Russell, William James, Karl Popper; Jesús Mosterín, Luis Piscoya…”.
Luego de situar a Piscoya entre las mentes cumbres de la Humanidad, Robertson/Alejandro añade que “un Doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos le había dado amplitud intelectual, sobretodo [sic] las excelentes cátedras del Dr. Luis Piscoya Hermoza y del Dr. Antonio Peña Cabrera, lo cual había marcado su rumbo filosófico”.
Todo indica que después de tamaños halagos, Piscoya no pudo resistirse a presentar elogiosamente el libro, lo que hizo en la universidad Garcilaso.
Es difícil describir el libro. Alejandro, que tiene una excelente opinión de su propia inteligencia, sueña con un “ser espiritual” llamado Bába Funké, que le habla telepáticamente con frases tan notables como la introductoria: “Hola Alejandro, la evolución de tu mente me permite tener esta primera comunicación contigo, tú has expandido tu partitura mental y eso me ha permitido conocerte”. Bába Funké le dice que el término ‘partitura mental’ “fué [sic] la desencadenante de tu paso a otro nivel superior de conciencia”.
Comentar la ‘partitura mental’ y el ‘nivel superior de conciencia’ puede haber hecho quizá que Bába Funké le sugiriera a Robertson/Alejandro asumir el control del CAEN con Luis Piscoya como director general que figura y no gobierna.
Piscoya tomó la dirección del CAEN en marzo de 2012. Su director académico fue Alex Robertson. Al principio, como diría Bába Funké, todo era felicidad, pero luego las cosas cambiaron.
Robertson fue contratado con un sueldo de 10 mil soles mensuales a partir de abril de 2012. Pronto le pidió un aumento a Piscoya que este no quiso dar porque no estaba en el contrato. En su primera demostración de poder, Robertson se hizo subir el sueldo a 13 mil soles a partir de agosto de 2012 (ver). No hubo ningún otro caso similar.
A comienzos de 2013, Robertson se lanzó a ejecutar un programa de doctorado en el CAEN. El presidente del Comité de Admisión resultó ser el propio Robertson. A la vez, este se presentó como uno de los candidatos a ese mismo doctorado. El resultado fue que se autoentrevistó y aprobó el 31 de enero.
Esas metodologías doctorales excitaron el entusiasmo intelectual y las partituras mentales de varios candidatos a doctorarse. Entre ellos el congresista y ex ministro de Defensa José Urquizo, quien, según el informe de Robertson “ha manifestado su deseo de participar en el Doctorado, ha presentado una solicitud al respecto”.
Para Piscoya eso fue demasiado. Dirigió un memorándum a Robertson en el que, entre otras cosas, le decía que “se ha arrogado atribuciones que trascienden la legalidad vigente […] se ha autoseleccionado como postulante privilegiado…”. Finalmente, Piscoya dispuso la suspensión del proceso de ingreso debido a “la magnitud de las transgresiones legales”.
Robertson respondió con otro memorando, el 5 de febrero, diciendo que “en relación a su mal intencionada suposición de que el suscrito se aprovecharía de esta situación en beneficio suyo le comunico que rechazo esta aventurada imputación que corresponde al campo de ética y moral”.
Y en cuanto a la decisión de Piscoya de suspender el psicodélico proceso doctoral, Robertson le respondió que “el único órgano para tomar esa decisión es el Consejo Superior del CAEN, al que Ud. con sus acciones quiere desconocerlo, trasgrediendo el Estatuto”.
La guerra estaba declarada.
Poco después, a comienzos de marzo, Piscoya viajó por una semana a España, al mencionado encuentro académico. Durante su viaje, Robertson y los integrantes del “Consejo Superior” que él controla, declararon la vacancia del cargo porque supuestamente Piscoya había viajado sin notificar al Consejo. Piscoya, de paso, había informado sobre el viaje a las autoridades del ministerio de Defensa.
A su regreso, Robertson le comunicó que había sido cesado. Piscoya resistió y, en medio del conflicto, logró reconquistar el escritorio de su secretaria (pero sin secretaria), mientras que las órdenes del ministerio de Defensa a Robertson eran desafiantemente ignoradas por éste, quien, al demostrar que puede tratar de arriba abajo al viceministro y al ministro, ha logrado ser obedecido por la mayoría de los empleados del CAEN.
Impotente, el ministerio de Defensa ha optado por pedir un examen a fondo del CAEN por la Contraloría. El encargado de hacerlo es el auditor Rafael Cussianovich, hijo de quien fuera un severo y respetado contralor, Miguel Ángel Cussianovich, durante el gobierno de Fernando Belaunde Terry.
Ya que las autoridades de Defensa no pudieron hacerse respetar, habrá que ver si la acción de la Contraloría logra impedir que la superlativa farsa del CAEN termine en un derrame de ácido sobre el sistema democrático♦