En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, un artículo en The Guardian, el prestigioso diario británico, arrancó con la pregunta inevitable. ¿Debemos celebrar el día? ¿No es más apropiado convertirlo en una fecha de duelo, de luto y de protesta?
Como escribió su autora, Mary Fitzgerald, en el último año se rompió el récord de periodistas encarcelados en el mundo. “Cinco de cada seis de nosotros vive en un país en el que la libertad de prensa ha declinado en los últimos cinco años; alrededor de 400 periodistas han sido asesinados en el mismo período. Vladimir Putin ha aplastado los últimos vestigios del periodismo independiente en Rusia. Y desde la India y Filipinas hasta el Reino Unido, ha habido un fuerte incremento de coordinados ataques misóginos contra periodistas mujeres”.
Parece haber poco motivo de celebración, escribe Fitzgerald. Pero, en ese oscuro escenario, alumbran razones – parte de ellas nuevas– para justificar una esperanza.
Casi todas se describen en pocas palabras. La valentía y el terco coraje con que los periodistas enfrentan amenazas y ataques; el ingenio y la creatividad innovadora que ponen en juego; las coaliciones nacionales e internacionales que multiplican el alcance de sus voces; y también la tardía (pero bienvenida) acción de algunos gobiernos democráticos en proteger a los periodistas de las acciones legales de oligarcas con grandes fortunas y nulos escrúpulos.
Periodistas como la premio Nobel María Ressa, de Rappler, en Filipinas, que enfrenta cargos amañados por el tirano Duterte que la amenazan con cerca de 100 años de cárcel, han continuado e intensificado su extraordinario periodismo de investigación con nuevas técnicas, construyendo a la vez una gran coalición de medios bajo lo que Fitzgerald describe como su mantra de Rappler: “En la crisis, nosotros innovamos”.
Desde México hasta India y Mozambique continúa la lista de medios y periodistas que enfrentan intrépidamente el peligro y lo convierten en estímulo para profundizar el alcance de sus revelaciones. Quinto Elemento, escribe Fitzgerald, ha investigado desde fosas comunes hasta lavado de dinero en uno de los países más peligrosos del mundo para el periodismo.
En la India, a pesar de los incesantes ataques del gobierno de Narendra Modi, periodistas como Rana Ayyub hacen frente con gran coraje a condiciones crecientemente adversas. “Me siento orgullosa del temor que mis palabras suscitan en el gobierno porque […] [su] verdad les impacta”.
En esa lista, Fitzgerald nombró también a IDL-Reporteros.
“En el Perú, en semanas recientes, el legendario Gustavo Gorriti e IDL-Reporteros, una publicación digital basada en Lima, enfrentaron intrusiones, campañas de descrédito y ataque físico, pero siguen adelante”.
La lista no es larga, pero revela que el coraje en defender la libertad late en el mundo entero. En Mozambique, las redacciones de Canal de Mozambique y Canalmoz fueron saqueadas e incendiadas. De inmediato, bajo el liderazgo de su director, Matías Guente, las publicaciones respondieron desde una redacción al aire libre con el siguiente título de portada. “¡No nos someteremos al fuego!”.
Solo en Latinoamérica, muchos otros medios añaden sus nombres a la lista ilustre de aquellos a quienes ningún fuego someterá. Carlos Fernando Chamorro y Confidencial, el medio que dirige, continúa documentando y revelando los crímenes de la tiranía de Ortega en Nicaragua desde el cercano exilio de Costa Rica, pese a que gran parte de su familia está en prisión o impedida de salir del país. En El Salvador, El Faro responde con el valor de la constante investigación reveladora, los desafueros y abusos del régimen de Bukele, uno de los que más utilizó el sistema Pegasus de espionaje contra, sobre todo, los periodistas de El Faro.
Hay brutales retrocesos, – como los que Putin ha impuesto en Rusia a raíz de la invasión de Ucrania que, entre otras cosas, provocaron el cierre de Novaya Gazeta y un ataque contra el premio Nobel Dmitry Muratov–, pero a la vez importantes avances, como las redes internacionales de periodismo de investigación colaborativo, que han multiplicado la eficacia investigativa y mejorado notoriamente la seguridad de la información y también de los periodistas.
Lo más importante es, al fin, la determinación, en país tras país, de periodistas y medios, de no permitir que prevalezcan la amenaza, intimidación, descrédito o mentira. De no permitir jamás que el miedo se convierta en editor. De luchar para que la verdad de los hechos revelados se imponga y fortalezca la decisión de la gente de luchar por vivir en libertad.