Esta nota editorial se publica en simultáneo junto a la investigación ‘La Pestilencia’ por dentro.
¿Se preguntaban por qué la Policía no actúa como debe frente a flagrantes delitos callejeros; por qué las fiscalías se eternizan en procesar casos evidentes de violento hostigamiento, de descarada difamación, de patente organización criminal?
Aquí tienen parte de la respuesta, no toda, pero lo suficiente para entender qué pasa y porqué.
Algo que tienen en común los matones de ‘La Pestilencia’ con sus jefes políticos y financieros es que todos ellos confrontan casos penales potencialmente graves. Varios tienen causas fiscales abiertas. Algunas, harto avanzadas.
Por eso, la necesidad de controlar los ámbitos fiscal y judicial, sobre todo el primero, es vital para ellos. Todo vale, en consecuencia, desde la condecoración a la fiscal de la Nación hasta las amenazas a la Junta Nacional de Justicia.
Saben que el crimen, el hecho criminal, no se puede cambiar. Pero sí se puede cambiar, y tratan de hacerlo, a quien lo investiga, procesa y juzga.
¿Recuerdan cómo funcionaba la Fiscalía de la Nación en los tiempos de Blanca Nélida Colán? ¿Recuerdan cómo funcionó el Congreso durante la dictadura de Fujimori y Montesinos? ¿El TC cuando fue sometido?
Estamos cerca. No ahí todavía, pero cerca, aunque con diferencias a la vez. La ultraderecha no ha copado todavía el poder y su base real de fuerza es frágil. Por eso, su acción se centra en la guerra psicológica.
Con inversiones masivas en lumpen periodismo, que a través de la repetición estridente de mentiras, con la acción concomitante de troles y el refuerzo de los matones callejeros de ‘La Pestilencia’, buscan sacar a empellones la verdad de los hechos para imponer su narrativa de falsificación de la realidad mediante el remache sistemático de mentiras.
Si quieren tener una idea aproximada de lo que ello significaría, observen, por ejemplo, a la Guatemala de hoy, donde todos los considerables avances en la lucha anticorrupción que llevó a cabo la CICIG, la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, de las Naciones Unidas, fueron erradicados; donde los fiscales y jueces notables en acciones contra la corrupción fueron perseguidos y obligados, en la mayoría de los casos, al exilio. Y donde el mejor periodismo de investigación fue perseguido, encarcelado y obligado a cerrar (como sucedió con José Rubén Zamora, director de El Periódico y con la publicación misma).
Hace más de un año Zamora fue encarcelado bajo acusaciones groseramente falsificadas de lavado de dinero. El Periódico resistió heroicamente el acoso durante largos meses. Esta semana, dejó finalmente de publicar.
Los antiguos grupos, depredadores y corruptos, no solo han reconquistado el control del país, sino secuestrado en el proceso el lenguaje, al imponer qué se puede decir y cómo se puede decir.
Lo peor de todo es cuando ese poder, el de dominar, pervertir y encanallar el lenguaje, queda en manos de gente zafia, ignorante y brutal, que combina la maldad con la estupidez. La historia se hace entonces coartada, con la única esperanza de que termine en atestado.
Aquí, de paso, recuerden que las librerías han sido blancos frecuentes de los ataques de ‘La Pestilencia’, de acuerdo con la tradición fascista de ‘echar mano a la pistola’ cada vez que se escucha la palabra ‘cultura’.
Algo igual o peor pasa en Nicaragua; y el autoritarismo con anfetaminas de Bukele en El Salvador, es un peligro que debe ser analizado como el caso especial que es.
Pero el caso de Guatemala es el que nos concierne más, porque ahí, como aquí, se logró avances considerables en la lucha contra la corrupción, que fueron luego objeto de feroces contraofensivas en ambos casos. Guatemala ya decayó en guatepeor; y es hacia ahí donde la ultraderecha neofascista busca llevar a nuestro país.
De manera que si, por parálisis de las mayorías democráticas del país y por recaída de las fuerzas de seguridad en las ciénagas del fujimontesinismo, se permite a la ultraderecha terminar de tomar el poder, el resultado no será parecido al de los años 90.
Será peor.
¿El peligro puede ser conjurado? Todavía sí. Pero solo a través de una movilización vigorosa de las fuerzas democráticas del país, en defensa del sistema de libertades, derechos y deberes que, al margen de diferencias, definen y robustecen las sociedades libres.
Hay tiempo, pero no mucho, para hacerlo.