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Carta Del Director

Servinacuy periodístico

por Gustavo Gorriti
PUBLICADO jueves 08 DE septiembre, 2016 A LAS 11:34
ACTUALIZADO jueves 19 DE enero, 2023 A LAS 17:41

Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2453 de la revista ‘Caretas’.

La semana pasada, bajo el subtítulo de ‘Aroma a Kerosene’ respondí en estas páginas a un ataque de Ricardo Uceda, relacionado con las investigaciones sobre el hoy desinflado caso del supuesto ‘escuadrón de la muerte’ policial. Una discusión sobre métodos, perspectiva e integridad de la investigación periodística en un caso concreto derivó en un enfrentamiento personal.

Eso sucede y seguirá sucediendo en el periodismo, en unos sitios más que en otros, pero enfrentamientos habrá y no siempre serán indeseables. A veces, por lo contrario, resultarán reveladores.

En respuesta a observaciones mías, en un artículo anterior sobre deficiencias importantes en las notas que Uceda había escrito sobre el tema, este me respondió llamándome “Nuestro Rambito periodístico, Gustavo Gorriti”. ‘Rambito’, el apodo de Iván Vega, ex encargado de la coordinación de la lucha contrainsurgente en el gobierno de Ollanta Humala, ya había sido asociado por Uceda a los supuestos ‘escuadrones de la muerte’.

Me pregunté si debía preocuparme, dado que Uceda tenía una profunda, larga, doméstica y camuflada experiencia con escuadrones de la muerte a través de la que, recordé, fue su larga relación con Jesús Sosa Saavedra, el más conocido miembro del grupo Colina, a quien Uceda escondió y encubrió durante varios años cuando este era prófugo, haciéndolo vivir no solo en el local del IPYS sino, bajo nombre supuesto, en el hotel de dirección secreta que servía de refugio a periodistas latinoamericanos perseguidos, cuyo costo era pagado con fondos de la cooperación internacional.

Esta semana, Uceda me contestó, pero no para hablar de las cosas que en esos años aprendió sobre el kerosene sino sobre enamoramientos. De hecho, evitó cualquier referencia a Sosa o los hidrocarburos con el mismo cuidado con el que Drácula evitaría el nombre, la cercanía, el olor del ajo. Y menos habló del uso (o abuso) de los fondos para refugiar periodistas perseguidos.

En su respuesta, Uceda dijo que me llamó “Rambito Periodístico por su texto un poco matonesco” y porque intenté “desacreditar a los periodistas que publicamos indicios incriminatorios contra Enrique Prado y Vicente Álvarez”. Añade que mi reacción fue “desaforada”.

Invito a leer (o releer) la crítica que hice a él y a otra periodista en mi artículo “Investigar a fondo, pero bien”, en Caretas 2450, y tratar de encontrar aunque sea trazas homeopáticas de matonería en mi texto. En cuanto a “tratar de desacreditar” periodistas, creo que no se necesita mucha inteligencia para entender la diferencia entre criticar y mostrar las deficiencias profesionales de un trabajo con el ataque personal. A menos que piense, como parece que sucede también con otra gente de su argolla, que señalar errores, refutar desaciertos representa una agresión a egos sensibles y no la crítica legítima que realmente es.

Con todos sus problemas, sus conflictos de interés, prefiero mil veces al o la periodista que se enamora de sus fuentes antes que al que entra en servinacuy clandestino con una de ellas.

Al final, para evitar del todo el kerosene, Uceda se refugió en la glucosa. Dijo que no me quiso lastimar. Qué alivio, muchas gracias. Y termina así: [Rambo] “el personaje de la saga es un veterano de guerra rudo, pero de buenos sentimientos… Y hay algo de buenote en un periodista rudo que se enamora de sus fuentes”.

Me hubiera gustado ser buenote, pero por desgracia no lo soy. He conocido periodistas que se han enamorado de sus fuentes, pero eso no ha sucedido hasta hoy conmigo (voy a cumplir 69 años, que admito puede ser una edad peligrosa en ese aspecto). Colegas que he estimado se templaron de sus fuentes. Traté de hacerles ver que eso no era bueno (y no lo fue), pero ¿quién puede contra una catarata de oxitocina?

Pero con todos sus problemas, sus conflictos de interés, su seguro arrepentimiento futuro, prefiero mil veces al o la periodista que se enamora de sus fuentes antes que al que entra en servinacuy clandestino con una de ellas, que la oculta, la disfraza, la encaleta, la usa y aprovecha. Que le exprime el jugo durante años y que cuando la cree bagazo, la desecha.

El problema para ese tipo de gente (a la que ninguna contorsión del significado permite llamar ‘buenota’) es que el bagazo pierde muchas cosas pero no la memoria.

Lo que sí reconozco es que se trata de una buena historia. Quizá el propio Uceda debería contarla. De repente gana el premio Odebrecht de periodismo. O el Yanacocha. O los dos.

Fuentes

De todos modos, este caso revive problemas, crea lecciones que vale la pena discutir.

¿Cuál debe ser la relación del o la periodista con la fuente [humana]? ¿Cuáles son sus límites?

De respeto siempre y de confianza, recíproca si se puede, por lo menos de la fuente hacia el periodista. A veces, por la importancia de la información, por su intensidad, por su peligro, la relación puede hacerse muy estrecha y cercana. Hay otras, y pienso en algunos casos, en las que la relación es recelosa y suspicaz, pero importante. En todos los casos, incluso en aquellos que se derrocha simpatía por ambos lados, debe entenderse que no se trata de un vínculo abierto sino de una relación diferente, con un fin: la información.

En periodismo en general pero especialmente en una investigación, la necesidad de conseguir información, de organizar esta en evidencia y evitar distorsiones en su análisis, define la relación que se debe tener con las fuentes. De cercanía (o por lo menos facilidad de acceso), empatía pero a la vez imparcialidad.

Cuando se trabaja varios años en un país, muchas fuentes se repetirán o reencontrarán. Eso hace de un lado más fácil el trabajo, pero del otro obliga a mantener una cierta distancia, que permita eventualmente considerar información o evidencia contraria a una fuente vieja y apreciada.

A veces, claro, el acceso es una ventaja y a la vez un problema, como sucede con las fuentes conocidas por años. Las ventajas del acceso versus las demandas de la imparcialidad resultan uno de los dilemas más frecuentes en la profesión.

¿Qué sucede con la fuente conocida por cierto tiempo cuyo trabajo se conoce como bueno y cuyos comportamiento ético es mejor que el del promedio institucional? ¿Qué pasa si, como sucede muchas veces y ha sucedido ahora con el general PNP recientemente pasado al retiro, Vicente Álvarez, esa fuente es objeto de intrigas o maniobras turbias? ¿Busca uno investigar, aclarar los hechos (que significa en muchos casos defender) para proteger a la fuente o por el caso en sí? Por lo segundo.

Cuando uno conoce gente destacada y promisoria en las instituciones, sobre todo en las verticales ¿vale la pena cultivarla y, en algunas ocasiones, defenderla? Hay diferentes puntos de vista sobre eso dentro del periodismo, pero yo creo que sí, en tanto no surja información o conocimiento nuevo sobre esas personas que lo impida. Y en tanto no se afecte la imparcialidad con que se cubre la institución.

Pero si la mejor gente llega a asumir el control de sus instituciones (y eso les será casi siempre muy difícil), estas mejorarán. Y si los buenos buscan a los mejores, la cadena virtuosa tendrá un impacto poderoso y favorable en el mediano plazo. Parece evidente lo beneficioso que es ello, pero los grupos y las fuerzas corruptos o simplemente egoístas y mediocres que compiten por el poder de sus institutos son con frecuencia los más fuertes y mejor conectados.

Lo que está claro es que casi siempre las situaciones son complejas, las líneas difusas y que el, la periodista debe realizar un esfuerzo constante por seguirlas y comprenderlas y que luego de todo lo dicho y pensado debe entender que al final lo que más ayuda a que los ojos de ver no se nublen es la imparcialidad.

Gustavo Gorriti

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