Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en El País el 31 de julio de 2017.
En medio de la lucha admirable del pueblo venezolano por conquistar la democracia, los problemas peruanos parecen no solo leves sino hasta síntomas de una deseable normalidad. Pedro Pablo Kuczynski acaba de cumplir su primer año como presidente del Perú bajo el consenso (con el que hasta él parece concordar) de que fue un año mediocre, de grises resultados en una economía acostumbrada a rendir por encima del promedio latinoamericano.
El manejo de la economía era presuntamente el lado fuerte de PPK (como, explicablemente, se lo conoce en Perú), pero resultó uno más en la colección de sus puntos débiles.
Desde su inesperada victoria un año atrás, PPK enfrentó un problema central: cómo administrar la debilidad. Como se sabe, la favorita para vencer en las elecciones era Keiko Fujimori y el favorito para perder, PPK. Su paso a la segunda vuelta fue incluso un golpe de suerte. Para agravar las cosas, las perversiones matemáticas (y no son pocas) de la ley electoral peruana convirtieron una votación de alrededor del 30% al fujimorismo en una representación parlamentaria de más del 55%. Al final, PPK ganó gracias a la coalición de fuerzas democráticas que hasta ahora han logrado frenar el retorno del fujimorismo (o de grupos no democráticos) al poder.
«El manejo de la economía era presuntamente el lado fuerte de PPK, pero resultó uno más en la colección de sus puntos débiles».
Frustrado hasta el trauma por la derrota, el fujimorismo decidió oponerse con encono a PPK. Un presidente débil, pero con el alto grado de popularidad que PPK logró luego de su elección, tiene esencialmente dos estrategias ante sí: la de la confrontación en lo que permite la ley; y la de la sumisión. PPK escogió en los hechos la segunda, y eso caracterizó su primer año de Gobierno.
Paradójicamente, el Gobierno tuvo su mejor hora luego de las desastrosas inundaciones del Niño Costero, en los primeros meses del año. Su reacción con acciones prontas e inteligentes devolvió a PPK bastante de la popularidad perdida durante los meses en los que, luego de advertir que los defendería, entregó las cabezas de algunos de sus mejores ministros a la prepotente oposición fujimorista.
Según PPK, el Perú perdió un punto porcentual de crecimiento del PBI por las inundaciones, lo cual es convincente. Pero, el presidente sostiene que se perdió otro punto por el caso Lava Jato, lo cual es difícil de creer que fuera por la repercusión del caso en sí; pero más explicable como resultado de la torpeza de las medidas tomadas por su régimen para enfrentarlo.
La única compañía sancionada hasta ahora en el Perú es Odebrecht, que, a la vez, es la única que ha confesado una parte importante (aunque ciertamente no todos) de sus delitos. Todas las acciones de la Fiscalía peruana, todas las acusaciones, todas las capturas han sido consecuencia directa de la colaboración de Odebrecht —sea a través de los datos de su delación premiada en Brasil, o de complementos a esa delación en Perú—. Sin embargo, para todo efecto práctico, Odebrecht ha sido la única compañía castigada con medidas que cortaron la cadena de pagos a proveedores y causaron la pérdida de miles de puestos de trabajo. Las otras, que no lideraron la corrupción como hizo Odebrecht pero participaron intensamente en ella, esperan —igual que muchos líderes políticos corruptos que no han sido hasta ahora identificados— que se encapsule la investigación en Odebrecht, que se encarcele a los políticos sin poder, que se expulse a aquella y que vuelva todo a la descompuesta normalidad anterior a las revelaciones.