En la entrega anterior vimos que existe una clara correlación entre la ausencia de corrupción – es decir, la limpieza e integridad en las interacciones de la gente– en una nación, con su nivel de desarrollo humano y la calidad de su democracia. En otras palabras: a menor corrupción mayor desarrollo humano y mejor democracia en un país.
Vimos también que, en cuanto a la posición del Perú en los índices que miden la corrupción, el desarrollo humano y la calidad de la democracia, estamos lejos de ser los mejores pero también de estar entre los peores. Habitamos una medianía gris que explica nuestra extraña ecología política e institucional, en la que conviven hostilmente lo mejor con lo peor, la verdad con la mentira, la corrupción con la integridad. No hay nada de equilibrio plácido aquí sino una tensión permanente entre las térmicas que empujan hacia arriba y los pesos muertos que jalan hacia abajo.
En esta nota mostraremos otros indicadores de resonante elocuencia.
Pero antes intentaremos ilustrar una pregunta fundamental: ¿es posible lograr un cambio positivo y perdurable en una sociedad dentro de plazos razonables? ¿Se puede mejorar dramáticamente y sostener ese cambio en el lapso máximo de una generación?
Junto con la corrupción, hay otros hechos sociales que se supone muy difíciles de cambiar. Como, por ejemplo, la violencia criminal. La respuesta, para muchos, es tan o más compleja que la de la lucha contra la corrupción. Para América Latina, la región más violenta del mundo, saber si esa realidad es susceptible a cambio es de importancia existencial.
El caso de Singapur
Un estudio comparativo responde esa pregunta. Se encuentra entre las páginas 41 y 45 del segundo volumen (o folleto) del último informe anual sobre Homicidios (2019) que realiza la Oficina de las Naciones Unidas sobre Drogas y Criminalidad (UNODC, por sus siglas en inglés).
Se trata de una comparación de largo tiempo sobre la evolución de tasas de homicidio en Jamaica y Singapur. El estudio cubre 170 años de estadísticas, excepto los de la Segunda Guerra Mundial.
¿Por qué Jamaica y Singapur, tan diferentes entre sí?
No lo fueron en el pasado. Ambas fueron colonias británicas hasta la década de 1960 y adoptaron al independizarse el modelo británico de gobierno y justicia. En ese tiempo, su PBI per cápita, niveles de alfabetización, expectativa de vida y tasas de natalidad eran similares.
Lo más importante es que sus tasas de homicidio eran estadísticamente casi iguales. Entre 1955 y 1959, informa el estudio, Singapur tuvo 3.2 homicidios por 100 mil habitantes comparado con 5 por 100 mil en Jamaica.
Antes, entre 1920 y 1940, Singapur sufrió tasas de homicidio considerablemente más altas que Jamaica (llegaron a 11 homicidios por 100 mil), cuando fue notoria como centro de juegos de azar y prostitución controlados por el crimen organizado.
Pero, hace 60 años, según el estudio de la UNODC, las tasas de homicidio tomaron caminos divergentes en las ex-colonias. Mientras en Singapur, la violencia letal disminuyó en promedio un 4,2% cada año, en Jamaica aumentó 4,4% anualmente. La mejoría y el empeoramiento ocurrieron sobre todo entre las décadas de 1960 y 1980.
El tiempo acentuó las diferencias, hasta extremarlas. En 2017, la tasa de homicidios en Singapur fue de 0,2 por 100 mil habitantes mientras que la de Jamaica fue de 57 por 100 mil.
Aquí está la gráfica. En ella, el deterioro de Jamaica resalta más que la mejora de Singapur. Pero el porcentaje relativo de empeoramiento/mejora fue similar.
¿Qué hizo posible el éxito de Singapur y el fracaso de Jamaica? Las reformas, pragmáticas pero profundas, que impulsó y dirigió Lee Kuan Yew en Singapur explican lo primero. En la lista de la UNODC destacan: “… el buen gobierno bajo el imperio de la ley, el control de la corrupción, un servicio civil meritocrático basado en salarios competitivos, inversión estratégica en ‘educación universal’ y salud para todos, construcción pública de viviendas dirigidas a minimizar la segregación y dotar de viviendas de buena calidad a todos […] complementadas por estrategias de valores que enfatizaban la dedicación al trabajo, la cohesión social y el respeto mutuo”.
Y junto con ello, una actitud de control social, energía en reprimir el crimen, una Policía profesional y respetada, políticas de reintegración de delincuentes, para prevenir el recidivismo, campañas cívicas sobre comportamiento público y constante monitoreo. A partir de los 1980, el acento de la Policía cambió de lo reactivo a un modelo de policía comunitaria que tuvo mucho éxito.
«Nueve de los 10 países más felices figuran en el tope de la lista de las naciones menos corruptas, más limpias del mundo».
En contraste, los elementos de la decadencia de Jamaica son mejor conocidos: la conexión entre las bandas violentas y los partidos políticos, junto con un clientelismo desbocado y compra de votos; barrios enteros divididos por la violencia armada entre las bandas relacionadas con partidos políticos.
La Policía jamaiquina mantuvo un modelo paramilitar, centrado en “el mantenimiento del orden antes que el control de la criminalidad” que la llevó a perder imparcialidad, eficacia y legitimidad frente a la población. La burocracia estatal involucionó hacia una fuerte politización bajo la “interferencia de partidos políticos”. Fue una suma de ingredientes en el que el mal gobierno derivó en un crecimiento proporcional de la criminalidad.
Es cierto que Singapur no fue un modelo de desarrollo democrático, aunque tampoco una dictadura. Quien quiera profundizar el tema puede encontrar en internet la inteligentísima discusión que sostuvieron William Safire y Lee Kwan Yew. Safire fue un brillante escritor, conservador y demócrata que mantuvo una hoy muy extrañada columna sobre el idioma inglés en el New York Times. Lee Kwan Yew tuvo una inteligencia claramente superior a la de la mayoría de líderes políticos. El debate sumó sus talentos.
Pero antes que la disquisición nos aleje del tema principal, entendamos que el caso de Singapur ilustra cómo un gobierno eficaz con una estrategia clara de reforma social mantenida con perseverancia y medición constante de resultados, hizo posible que una sociedad que pudo haberse desbarrancado como Jamaica en el desgobierno y la criminalidad, produjera una nación próspera que hoy, como vimos, figura entre los 10 países con mayor desarrollo humano en el mundo.
¿Es posible vencer a la criminalidad organizada? Singapur demostró que sí, y además en comparativamente poco tiempo. Una de sus estrategias centrales fue disminuir radicalmente la antes arraigada corrupción. En el índice de Transparencia Internacional,Singapur ocupa el puesto 4 entre las naciones menos corruptas del mundo (y el 13 en el Global Corruption Index).
Entonces, ¿es posible controlar y disminuir radicalmente la corrupción en un país en el plazo máximo de una generación? Es posible, si se hace lo que se debe y no se para de hacerlo. ¿El resultado? Un progreso espectacular.
Libertad
La conclusión errada que podría sacarse del examen del caso de Singapur es que aplicar reformas profundas contra la corrupción requiere abrogar o limitar severamente las libertades.
Cada año el Freedom House actualiza una lista anual de los países según el grado de libertad que rija en ellos. Desde los más libres hasta los más oprimidos. Aquí va la relación de los 10 mejores y los 10 peores.
Como pueden ver: Siete de los diez países más libres están en la listas de los 10 países más limpios de corrupción en los índices de T.I. y del GCI. Los tres restantes están en el tercio superior.
A la vez, siete de los países más oprimidos de la tierra, están en la lista de los más corruptos. Los demás se encuentran cerca del fondo. La correlación entre tiranía y corrupción es clarísima.
Felicidad
Finalmente, resta una correlación por efectuar, sobre todo para quienes suponen que la lucha contra la corrupción es una empresa puritana, llena de las severidades propias de órdenes ascéticas que buscan la virtud a través de la mortificación de la carne y el agostamiento del alma.
Hay también un índice que compara a las naciones de acuerdo con su mayor o menor nivel de felicidad. Desde las más felices hasta las más infortunadas.
Aunque parezca lo contrario, este es uno de los índices más complejos y trabajosos. La felicidad colectiva es medida, claro, por la percepción subjetiva de los encuestados mediante cuestionarios cuidadosamente elaborados. A eso se añade el efecto de seis variables básicas:
PBI per cápita; apoyo social; expectativa de vida saludable; libertad; generosidad social; ausencia de corrupción.
El “World Happiness Report” expone con detalle la metodología aplicada en fórmulas para determinar el índice. Aquí les mostramos el cuadro simplificado de los 10 países con mayor felicidad y los 10 más infortunados.
Nueve de los 10 países más felices figuran en el tope de la lista de las naciones menos corruptas, más limpias del mundo. A la vez, cuatro de las diez más infelices están entre las naciones más corruptas de la tierra. Las otras no están lejos del fondo.
El Perú se encuentra, como de costumbre, hacia el medio de la lista. Nuestra tierra tiene muchas razones para alegrarnos, que por fortuna no cambiarán; y muchas para enfurecernos que, menos mal, sí pueden cambiar si ponemos la voluntad y el empeño en lograrlo.
Lo principal por ahora es vencer en la lucha anticorrupción y consolidar la victoria. Emerger del barro de la guerra para marchar sostenidamente hacia el momento en el que nuestro país pueda figurar año tras año entre los países menos corruptos, con mayor desarrollo humano, mejor democracia, más libres y, sobre todo, más felices.
Nadie dijo que fuera fácil. ¿Qué cosa verdaderamente buena lo es?