Voy a dejar de escribir esta semana sobre el vital caso Lava Jato para abordar otro tema de gran importancia: el acrecentamiento de las acciones armadas del SL-VRAE, la facción senderista bajo el mando de los hermanos Quispe Palomino.
Las emboscadas y hostigamientos recientes no dejan duda sobre el deterioro de la situación de seguridad en el VRAE, por la capacidad de fuego empleada, el rango geográfico de las acciones, las bajas humanas y la pérdida de armas y munición. No es todavía una degradación grave –en parte por la cautela senderista, en parte por la experiencia de las fuerzas de seguridad sobre los patrones operativos y post-operativos en el área–, pero sí diagnostica un retroceso que debe analizarse con honestidad intelectual. Eso no es fácil en un ambiente idiotizado por interjecciones que cancelan el pensamiento; por las campañas contra la memoria del general de la peluca; y por el estúpido terruqueo esgrimido en la lumpenización en curso de la política.
Pero hay que hacerlo.
Primero, un apretado resumen de antecedentes: El SL-VRAE está dirigido por veteranos de la insurrección senderista de los ochenta, que llevan casi cuarenta años alzados en armas. Provienen de lo que fue el Comité Regional Principal de SL, que no dejó la vía insurreccional luego de la captura de Abimael Guzmán en 1992, ni después de la caída de ‘Feliciano’ y de la emboscada de Anapati en 1999 al general Eduardo Fournier. Bajo el mando de los hermanos Quispe Palomino (‘José’ y ‘Raúl’), repudiaron a Guzmán, a Feliciano y a gran parte de la estrategia insurreccional de los 80 y 90 que los llevó a la sangrienta guerra contra los DECAS (las unidades autónomas de autodefensa campesina), en la que SL fue derrotado pero no sometido.
El SL-VRAE que realizó acciones desde fines de los 90, emergió con significativos cambios estratégicos: mejor relación con la población (incluyendo la protección a las caravanas de narcomochileros), mayor destreza táctica y capacidad de fuego, educación y adoctrinamiento de una nueva generación, nacida y criada en los bastiones (sobre todo el área de Vizcatán) que nunca dejaron de controlar.
Pensar en ellos como una organización exclusivamente criminal, dedicada ciento por ciento al narcotráfico, es un serio error. Ellos utilizan el narcotráfico y el narcotráfico los usa a ellos. Pero su objetivo, dentro de la flexibilidad maoísta del tiempo, es el crecimiento insurreccional.
Crecieron durante los gobiernos de Toledo, García y la parte inicial del de Humala. Sus primeros intentos de proyectarse fuera del VRAE fueron hacia Jauja, en Junín, con el fin de enlazar con el Huallaga donde planeaban eliminar a su excamarada y luego enemigo, ‘Artemio’. Fallaron en el intento y se proyectaron a La Convención, donde el gas de Camisea representaba tanto una potencial fuente de ingresos como una amenaza vital al abastecimiento energético de la nación.
El secuestro en Kepashiato, los combates y emboscadas subsecuentes, en 2012, representaron el peor momento para la seguridad interna del país en el siglo XXI. Fue una derrota para las fuerzas de seguridad que reveló profundas fallas en casi todos los niveles operativos. Antes y después, en otros lugares del VRAE se sufrió emboscadas sangrientas, pérdida de helicópteros y de armamento.
Pero varios elementos de una respuesta contrainsurgente eficaz estaban ya en curso. En el Huallaga, un veterano del GEIN, el luego general PNP Carlos Morán dedicó parte de la gente y recursos de la división de operaciones especiales antidroga, que comandaba, a perseguir a ‘Artemio’. La DEA lo ayudó, la Dircote compitió y las FFAA eventualmente colaboraron. Se trató, en pocas palabras, de una inteligencia operativa (humana, electrónica, programa millonario de recompensas) en acción eficiente que culminó en victoria.
Morán buscó aplicar el mismo sistema en el VRAE y estuvo cerca de lograr la captura de ‘Gabriel’. Pero el entonces nuevo gobierno de Humala separó a Morán, aunque tuvo el buen criterio de aprender sus métodos e incorporar a sus mejores oficiales.
Sobre esa base se armó un sistema, después del descalabro de Kepashiato, con el apoyo directo de Humala, que eventualmente cambió el rumbo del conflicto.
En el VRAE se envió a jefes competentes, como los generales César Díaz Peche y, luego, César Astudillo. Por primera vez, bajo el mando de Astudillo, se puso a un coronel de la Policía, Arquímedes León, como jefe de inteligencia de la región. La capacidad operativa, diurna y nocturna, creció marcadamente.
En Lima, el CIOEC (Comando de Inteligencia y Operaciones Especiales Conjuntas), del Comando Conjunto de las FFAA, bajo el mando del general EP Moisés Del Castillo, mejoró sistemas y procedimientos para adaptarse a la siguiente etapa: una fusión operativa real con la Policía especializada (de la Dircote y la Dinandro) y el Ministerio Público. Además, la DEA prosiguió colaborando con inteligencia electrónica y recompensas para los agentes y colaboradores reclutados.
Se armó una dirección operativa en la que, junto a Del Castillo, estuvieron los generales PNP Vicente Álvarez y Vicente Romero, que aportaron la experiencia, capacidad y los colaboradores de sus mejores agentes.
El coordinador global e intermediario directo con el entonces presidente Humala, fue el viceministro (del Interior primero y luego de Defensa), Iván Vega, quien mantuvo la cohesión del grupo y se encargó de obtener la colaboración de otros organismos del Estado en las operaciones. El brazo ejecutivo fue, por lo general, la FEC (Fuerzas Especiales Conjuntas), con combatientes de élite de las tres Fuerzas y, durante un tiempo, la Policía.
La estrategia se predicó en atacar a los llamados Blancos de Alto Valor y Blancos de Mediano Valor, a través de informaciones de gran precisión sobre las que actuaba, aunque no siempre, la FEC. Simple en objetivos, fue un proceso complejo, laborioso, que requirió un intenso trabajo experto en situaciones de alto riesgo.
Con base en ello, una sucesión de acciones cambió la suerte del conflicto. Los senderistas pasaron a ser los emboscados. Las muertes de ‘Guillermo’, primero, y de ‘Alipio’ y ‘Gabriel’ después, fueron los peores contrastes que sufrió SL-VRAE. Hubo muchos otros. Sorprendido y golpeado múltiples veces, SL-VRAE se replegó como no lo había hecho desde la derrota ante los DECAS, a tratar de analizar qué había pasado, sospechando de todo el mundo, sintiendo que la traición podía venir del lugar menos pensado. Perdió territorio, influencia y fuerza.
En todo ese proceso, el CIOEC no sufrió ninguna baja mortal. Aunque uno pueda pensar que el concepto de contrainsurgencia debió haber sido más amplio que el ataque a los BAV y BMV, es indudable que dentro de sus parámetros fue una estrategia exitosa, que puso a SL-VRAE al borde del descalabro.
Entonces cambió el gobierno. Entró PPK (luego Vizcarra) y todo el esquema fue destruido en semanas. Iván Vega se fue al extranjero y al silencio. Los generales Moisés del Castillo y Vicente Álvarez fueron pasados al retiro (este último perseguido con acusaciones sin pruebas ni sustento). El jefe de la FEC fue trasladado a dirigir un colegio militar. Un exjefe de operaciones fue enviado a otro colegio militar. Y un exjefe de inteligencia, a dirigir un policlínico en el norte del país.
Otros siguieron en puestos operativos pero no relacionados con la misión. Se perdió toda la coordinación, la sincronización, la sinergia y la fluidez que hizo posible el éxito operacional. En lugar de ser promocionados y estudiados pasaron a ser apestados.
Con tantas decisiones y acciones idiotas, ¿puede sorprender lo que pasó? El SL-VRAE sacó poco a poco la cabeza, revisó con cuidado el ambiente y cuando vio que ya no había peligro volvió, poco a poco, a atacar.
Churchill repetía aquella vieja expresión sobre los necios que logran “rescatar la derrota de las fauces mismas de la victoria”. Ahí tienen descrita la capacidad contrainsurgente de este gobierno.
(*) Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2544 de la revista Caretas.