Párrafos finales de la nota anterior: “El shock sanitario”.
El escenario de recuperación enfrenta los riesgos de la desaceleración por la grave contracción que ya ha provocado el shock sanitario. Un riesgo mayor es que se retrase el levantamiento de los confinamientos o si se retorna luego a imponer nuevas restricciones.
El problema, como se ve, es el martillo. Y la solución radica en cómo enfrentar con éxito la pandemia del Covid-19 sin destruir la economía a combazos.
¿Cómo hacerlo? ¿Lo lograron otros? ¿Podemos tener una solución eficaz y adaptable a nuestros niveles reales de gestión?
Lo veremos en la siguiente entrega, final, de esta nota.
-Cosecha de combazos
-El martillo y el bisturí
-El bisturí y el machete
Cosecha de combazos
El 23 de mayo el gobierno decretó una prórroga modificada del confinamiento nacional que empezó el 16 de marzo. Salvo las regiones del Norte y el Oriente, más atacadas por la pandemia, las medidas de esta prórroga parecen iniciar una transición a la salida. Relajado o no, el encierro prosigue con las consecuencias desastrosas que ha acarreado a la economía y las vidas de la mayoría de peruanos.
Como vimos en la entrega anterior “El Shock Sanitario”, el confinamiento obligado de la población se ejecutó bajo la premisa de ser la única manera de impedir que la plaga Covid-19 contagiara masivamente a los peruanos, matara decenas de miles de personas en poco tiempo, derrumbara la capacidad hospitalaria y precipitara los escenarios de pesadilla de las peores epidemias históricas, con muertos insepultos en las calles y sobrevivientes sonámbulos caminando a ninguna parte entre los escombros de sus vidas.
«¿Hubiera sido peor si no se efectuaba el encierro nacional? Las cifras comparativas con países duramente criticados -como Brasil– por no haber realizado cuarentenas radicales, demuestran que ese no hubiera sido el caso»
Ante dicha perspectiva, la inmensa mayoría de peruanos aceptó las restricciones con gratitud. Entrábamos en la etapa “del martillo” y los golpes iban a doler, pero como su objetivo principal era “aplanar” la curva de la pandemia, lo aguantaríamos agradecidos hasta que el bicho siniestro y letal fuera “aplanado” y entonces entraríamos a la etapa de “la danza”, con un regreso bailoteado a la “nueva normalidad”.
En “El Shock Sanitario” mostramos cómo eso no podía funcionar y no funcionó. No hubo martillos sino combazos, que fracturaron la economía y no alcanzaron resultados mínimamente aceptables en cuanto al control de epidemia. Sufrimos todo el costo sin lograr virtualmente nada del beneficio.
¿Hubiera sido peor si no se efectuaba el encierro nacional? Las cifras comparativas con países duramente criticados —como Brasil– por no haber realizado cuarentenas radicales, demuestran que ese no hubiera sido el caso. Si la inacción ante una emergencia es terriblemente dañina para una nación, emplear una estrategia equivocada, por buenas que sean las intenciones de quienes la decidieron, resulta nociva también.
El “Shock Sanitario” se publicó en IDL-R el 14 de mayo. ¿Hubo algún cambio en las cifras propias y comparativas de la pandemia desde entonces hasta el 28 de mayo?
Veámoslo, en el mismo orden que en la nota anterior.
Según el cálculo hecho por la BBC con base en los datos de la universidad Johns Hopkins, la proporción de muertes por 100 mil habitantes en Sudamérica, debidos a la plaga era la siguiente al 28 de mayo:
Ecuador sigue a la cabeza de ese ranking de la desgracia, solo que con números peores. Perú lo sigue ligeramente por encima de Brasil, en empate básico. Ambos han empeorado considerablemente. Perú pasó de 6,1 muertos a 12,5 muertos por cada 100 mil habitantes en trece días. Chile, que ha tenido un rebrote severo, está en cuarto puesto, aunque distante.
Según el Worldometer este es el orden de los países con mayor mortalidad por millón de habitantes en Sudamérica, al 28 de mayo.
El 11 de mayo, Perú figuraba segundo en el ranking de los peores países en cuanto a mortalidad en Sudamérica. Ahora está tercero, ligeramente superado por Brasil, pero las cifras son peores para casi todos. El Perú pasó de 59 muertos por millón de habitantes a 121. Casi todos los otros países empeoran, menos Venezuela, cuyo puesto, y hasta presencia, en el ranking, es una mera ficción. No existe cifra mínimamente confiable de ese país.
Peor aún: en el contexto global de muertes causadas por la pandemia, América Latina y el Caribe han pasado a tener el mayor porcentaje en el mundo, como puede verse en esta línea de tiempo que compara las muertes porcentuales por región hecha por el Financial Times.
En ese cuadro de tragedias, Brasil es el que sufre mayor número absoluto de muertes, aunque, en el análisis específico, el Perú figura en el Financial Times como el país con mayor incremento porcentual de muertes en el mundo.
Dentro de cada nación, la única región que supera a Lima en el calamitoso escalafón de muertes en Sudamérica es Guayas, en Ecuador.
Creo que no se necesita documentar más. El martillo y la comba fueron eficaces en dañar la economía pero fracasaron en siquiera frenar la pandemia.
Hay que tener presente, sin embargo, que los cuadros generales del Perú y Lima están formados por resultados desiguales de distritos y regiones.
En los distritos más acomodados de Lima, por ejemplo, la cuarentena sí tuvo resultado. Las cifras de contagio y de muertos en ellos son mucho más bajas que en los distritos más pobres (a veces separados por unas pocas cuadras) y mucho más pobres de la misma ciudad y del país.
La razón es obvia: la población más acomodada tuvo los recursos necesarios para pasar la cuarentena en circunstancias adecuadas. No le faltó, en promedio, ni la alimentación, ni los espacios, ni el dinero para gastos, ni siquiera Netflix. Tampoco, para quienes lo necesitaron y tuvieron seguro médico particular, el tratamiento en clínicas privadas que, en general, ofrecieron atención pronta y eficiente. Pero fuera de esos pocos distritos, la realidad limeña y peruana fue completamente diferente. La mayoría de la gente no tuvo ni espacio, ni dinero, ni alimentos y, en gran número de casos, ni trabajo al que retornar, como para sostener el encierro.
Ante las primeras críticas, el presidente Vizcarra contestó algo así como que después de la batalla es fácil ser general. La muy usada expresión tiene variaciones algo más pacíficas, como la de que después del partido todo el mundo es entrenador.
Es evidente que todo análisis de hechos o procesos supone que estos ya hayan sucedido, puesto que de otro modo se trata de clarividencia.
No obstante, también es verdad que todo analista debe considerar el factor de incertidumbre que enfrenta un líder antes de tomar decisiones fundamentales ante fenómenos nuevos e imprevistos.
No tengo duda de que Vizcarra actuó con diligencia, responsabilidad y decisión cuando tuvo claro que la pandemia había desembarcado en el Perú. Fue el primero en la región en tomar medidas enérgicas que movilizaron casi todo el aparato estatal. En el ámbito internacional fue reconocido y aplaudido por ello. Pero fracasó y buena parte de lo que se preguntan ahora los que antes aplaudieron fue qué pasó y por qué. ¿Acaso la cuarentena, el confinamiento general, no era el camino que había que tomar? ¿Por qué tuvo resultados tan malos entonces?
En su corto y nefasto paso por el mundo, la pandemia del Covid-19 ya ha dejado historias virtualmente completas de países que resultaron ganadores o perdedores al enfrentarla. Unos pocos lo hicieron con rapidez y la dominaron con un precio relativamente bajo. Otros sufrieron contrastes tremendos y emergen aturdidos y golpeados de la experiencia. Unos más surcan un camino intermedio, aceptando con pragmático pesar las muertes de, sobre todo, sus ancianos, tratando de aminorar los daños mientras surcan el camino hacia una prevista inmunidad colectiva. Finalmente, están los menos afortunados, que saben que saldrán de la pesadilla que viven, pero no cuándo ni a qué precio. Nos encontramos en ese grupo, una de cuyas contadas ventajas es que podemos mirar a los que ya salieron o están a medio salir del hoyo, ver a quiénes les fue bien y porqué.
El martillo y el bisturí
Tomás Pueyo fue el autor del concepto (y el término) del martillo y el baile. Fue el título del segundo de varios artículos publicados en Medium a partir del 10 de marzo de este año (¡cuánto tiempo! ¿verdad?), que tuvieron alrededor de 60 millones de lecturas y una gran influencia.
Un mes después, Pueyo publicó otra serie de artículos, traducidos a 14 idiomas y leídos por otros millones, nuevamente en Medium, bajo un título algo más grato que el anterior:
Cómo aprender a bailar una danza en una clase maestra que Pueyo desarrolla invocando a nadie menos que Martha Graham.
Y la verdad es que se descubren varias cosas.
Pueyo escribe con inteligencia e información, levedad de estilo y profusión de gráficos. Gracias a eso, tengo la impresión de que no siempre termina donde pensaba llegar.
Al empezar la nota indica, por ejemplo, que “el martillo fue la decisión correcta […] Pero el martillo es duro. Millones han perdido sus trabajos, sus ingresos, sus ahorros, sus negocios, su libertad”.
¿Y para qué todo ese precio?
“El martillo nos ha dado tiempo. Millones han sido salvados. Ahora sabemos qué tenemos que hacer para bailar. Varios países nos han mostrado el camino. Podemos aprender de sus éxitos y sus fracasos. De hecho, podemos bailar a precio cómodo”.
A continuación viene la lista de países que ya están en la danza. Algunos no tan bien, pero otros ya virtualmente libres de la pandemia.
Pueyo ilustra y muestra quiénes están más o menos bien y quiénes muy bien.
Aquí, por ejemplo, enseña la posición de diversos países en relación al martillo y la danza. A la derecha están todos los que se encuentran en plena danza: los más exitosos en la lucha contra la pandemia.
¿Cuáles son los más exitosos entre todos? Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur. Cerca están China y Australia. Japón y Singapur también están en ese grupo aunque algo más atribulados frente a brotes tardíos, aunque manejables, de Covid-19.
Pues bien, a excepción parcial de China (que puso bajo rígida cuarentena a Wuhan pero no a todo el país), ninguno de los otros países exitosos impuso cuarentena general o confinamiento a toda su población para controlar y vencer a la pandemia. Ninguno.
Ni Taiwán, ni Singapur, ni Hong Kong, ni Japón, ni Corea del Sur. No hubo martillo y menos comba o mazo. ¿Y qué significó eso? Que ninguno de esos países, o entidades autónomas, sufrió el golpe terrible sobre su economía y sociedad que significó la fase del “martillo”.
El propio Pueyo, en su nuevo papel de maestro de danza, demuestra en sus gráficos las grandes ventajas de haber evitado el confinamiento total.
Aquí compara, por ejemplo, la movilidad social de Corea del Sur con España, que aplicó medidas severas de cuarentena cuando los contagios se le fueron de las manos.
Es una comparación impresionante por lo que revela. En cada país la movilidad social se mide con la que tuvo en años precedentes. Así, si en Corea del Sur la asistencia a parques aumentó en un 48% bajo la pandemia, en España disminuyó el 90%. El resto no refleja diferencias tan grandes, pero muy significativas en todos los casos. En Corea del Sur, la sociedad pudo mantenerse dinámica, activa y sana, mientras que España se paralizó para todo efecto práctico. No tanto como aquí, pero también grave en todo sentido.
Y sin embargo, Corea del Sur controló un brote intenso de contagio en las fases relativamente iniciales del Covid-19, que pudo haberse salido de control. Pero fue dominado a tiempo con métodos que el propio Pueyo describe como el uso de “un pequeño martillo y un bisturí”.
La prolija descripción de Pueyo sobre la acción de los países, como Corea del Sur, que han logrado resultados excelentes contra el Covid-19, socava su argumento previo en favor del ominoso y contundente martillo. Pero la contradicción no quita mérito a su calidad informativa.
Todos los mencionados en la categoría de éxito, a excepción de China, tienen características en común. La primera es que todos son democracias; la segunda es que todos tomaron muy en serio las acciones para controlar cuanto antes la pandemia; la tercera es que todos lo hicieron en forma inteligente, con medidas precisas que sopesaron costos y beneficios; la cuarta es que emplearon la tecnología necesaria (incluida la de control y vigilancia de contagiados y detección de contactos) con disciplina y decisión, pero sin salir de los marcos de la ley y el respeto a los derechos individuales. La última es que todos tenían experiencia valiosa de epidemias anteriores (SARS, MERS) que sirvió para planificar acciones precisas de salud pública.
Taiwán es quizá el caso más exitoso, puesto que detectó antes que nadie lo que estaba sucediendo en Wuhan y tomó rápidas medidas. La pugnaz república se movilizó con celeridad y adoptó acciones decisivas: pese a ser una economía de mercado, decretó un precio fijo para las mascarillas (por saber que es fundamental para cortar los contagios y, por ende, necesaria para la seguridad nacional) de medio dólar por cada una, centralizaron su producción, penalizaron fuertemente la especulación, produjeron el doble de lo que necesitaban (con lo que bajaron los precios), empleando incluso a su Fuerza Armada en eso. De otro lado, prohibieron viajes hacia y desde zonas infectadas o en contacto con ellas; interconectaron a las autoridades migratorias con las de salud pública y a estas con la policía, para controlar e investigar a todos los que llegaban, vigilar a los contagiados en cuarentena e investigar todos los contactos de estos.
La distancia social, las medidas de higiene y el llevar mascarillas fueron respetadas por todos, la inteligencia e investigaciones funcionaron muy bien; los contagios fueron controlados y los casos disminuyeron hasta llegar a menos del 3% de positivos en todas las pruebas.
Como contraparte a esa movilización, la economía de Taiwán siguió funcionando, sus escuelas también y la gente pudo continuar reuniéndose. Eso, pese a estar tan cerca de China y tener un activo intercambio de gente que vive en un lado y trabaja en otro. Sus acciones rápidas y decisivas demostraron que una democracia se puede defender con mucha eficiencia sin dañar el sistema sino, por lo contrario, fortaleciéndolo.
A diferencia de Taiwan, Corea del Sur sí sufrió una oleada de contagios que puso en tensión a todo su sistema de salud y a la sociedad entera. El foco de los contagios tuvo lugar fundamentalmente en la ciudad de Daegu, en la que una persona perteneciente a una iglesia cristiana, la Shincheonji, a quien se conoció como “la paciente 31”, propagó el contagio.
El brote se expandió en Corea del Sur; y cuando fue detectado con mayor precisión, ya tenía un número alto de infectados en el típico proceso de crecimiento epidémico.
Entonces entró en acción el sistema sanitario, que ganó conocimientos y afinó mecanismos en la experiencia previa de la epidemia del MERS en 2015. La estrategia coreana consistió fundamentalmente en descubrir las redes de contagios combinando una aplicación masiva de pruebas (tests), sobre todo en los lugares y grupos de eclosión de la epidemia, junto con un trabajo intenso y diligente de identificar y rastrear los contactos de todos los enfermos ya ubicados, hacerles pruebas, poner en cuarentena a los infectados, a los sospechosos, a los vulnerables y continuar a partir de ese nuevo conocimiento con el proceso de rastreo.
Ni siquiera en Daegu se decretó confinamiento. Se impuso la cuarentena personal a los infectados o sospechosos de infección, pero no se encerró a toda la sociedad. La gente, sin embargo, reaccionó en muchos casos con gran cautela y limitó sus salidas.
La acción de rastreo y cuarentena de los infectados probados y probables continuó con gran intensidad en todo Corea del Sur. Al no haber cortado la epidemia en su inicio, el rastreo fue mucho más complejo. Pero los grupos de acción en Corea del Sur lograron hacer un seguimiento más veloz que el del avance de los contagios de la epidemia. Y así la controlaron.
Resulta fácil decirlo, pero la complejidad y dificultad del trabajo de rastreo, detección, cuarentena, vigilancia y tratamiento, fueron muy grandes y su gran mérito es haber logrado éxito en relativamente poco tiempo. No había otra posibilidad de ganarle a la pandemia. O se identificaba y anulaba los vectores de contagio con mayor rapidez que el contagio mismo o se perdía la batalla. Corea del Sur la ganó.
Pero aún en los momentos más intensos, no hubo confinamiento ni cuarentena masiva. Hasta los karaokes permanecieron abiertos. Y la economía continuó funcionando.
En el siguiente gráfico, hecho también para el trabajo de Tomás Pueyo, puede verse el tiempo que le tomó a Corea del Sur dominar su brote de epidemia y ponerse a la par de Taiwán y Hong Kong entre los casos mayores de éxito:
Observen la velocidad con la que actuaron las autoridades coreanas: Hacia el 19 y 20 de febrero se percibió el crecimiento veloz de contagios. Entre el 29 de febrero y el 1 de marzo se llegó al pico más alto. Pero ya las autoridades estaban en plena acción, y los resultados no tardaron en llegar. El 10 de marzo los casos habían disminuido en forma significativa y a partir de ese momento, aunque las acciones no bajaron en intensidad, la situación ya estaba bajo control.
¿Cómo lo hicieron? El lugar común que describe su estrategia es el énfasis en las pruebas. Pruebas, pruebas, pruebas, se repite como si ese supuesto mantra sur coreano explicara por sí mismo el éxito. Y no fue así.
Las pruebas, los tests, tenían el objetivo de identificar a los infectados sintomáticos y asintomáticos. Eran fundamentalmente acciones de investigación e inteligencia cuyo objetivo fue dibujar con precisión la red de contagios en medio de un océano en movimiento de rostros no identificados. El objetivo era identificar a la red completa para ponerla bajo control e impedir que prosigan los contagios.
Pero no basta identificarlos: hay que hacerlo rápido. Cada individuo puede contagiar a varios, quienes a su vez contagiarán a varios otros en un proceso de crecimiento exponencial. Para tener éxito, las investigaciones deben ser más rápidas que el crecimiento de la red de contagiados. Se ha estimado, por ejemplo, que descubrir todas las interacciones de un infectado en un día garantiza llegar a toda la red. Pero si toma tres días hacerlo, la velocidad de contagios irá dejando cada vez más atrás a los investigadores y no permitirá controlar la plaga.
Es un trabajo extremadamente difícil que no podía lograrse mediante interrogatorios personales exclusivamente. Las autoridades de Corea del Sur utilizaron un conjunto de métodos de rastreo que dieron frutos. La huella de las transacciones en las tarjetas de crédito y de débito, las cámaras de vigilancia urbana, los registros de hoteles, de ingreso a instituciones; y, especialmente, la geo-referencia sobre dónde estuvo la persona investigada en cada momento a partir de la información de su celular, fueron los medios que permitieron llegar a personas que estuvieron en contacto con los identificados aun sin conocerlos.
Corea del Sur llegó a procesar pruebas de alrededor de diez mil personas por día. Los infectados entre ellos eran inmediatamente investigados mediante los métodos descritos. Cada persona llevaba a muchas y la investigación de cada caso debía ser, como se ha explicado, muy veloz. Imaginen el nivel de coordinación, velocidad y control que ello precisó. Pero funcionó.
¿Violó los derechos individuales a la privacidad? Los restringió temporalmente, de acuerdo con una ley que lo permitía, sabiendo que existía un peligro mayor para los individuos y la sociedad: el de agonía y muerte. Hay ocasiones en las que una sociedad debe tolerar una disminución muy calibrada de derechos personales para defender otros mayores. En la década de los setenta y parte de los ochenta del siglo pasado, cuando hubo oleadas de ataques terroristas contra la aviación civil, entraron en vigor una serie de medidas de seguridad, incluyendo registros físicos, que en otra circunstancia hubieran sido muy resistidos por la gente, pero que fueron aceptados sin protesta porque prevenían males mucho mayores.
En el caso de las democracias que enfrentan la pandemia, se entiende que las restricciones son temporales, pautadas con precisión por la ley y que durarán solo lo que dure la plaga. Dicho lo cual, ese acopio de datos sobre las personas, que desnudan sus movimientos y acciones, son, grosso modo, equivalente de lo que hacen algunas compañías informáticas, que extraen la información de sus usuarios, a veces con técnicas harto sofisticadas y sin que lo sepa la persona. Aparte de utilizarla, muchas veces esa información es vendida para usos comerciales. Si no hacemos problemas de que la información sobre nuestros hábitos y movimientos sea vendida a otros por lucro, es difícil pensar en objeciones serias a esto cuando el motivo es salvar vidas.
De hecho, una de las razones de la eficacia en la respuesta surcoreana fue, precisamente, por ser una democracia vibrante y exigente.
Un artículo reciente del cineasta coreano Soopum Sohn, aparecido en el ahora inevitable Medium, lo explica bien. El artículo, “La verdadera razón por la que Corea del Sur pudo parar el Covid-19”, en apurada traducción de su título en inglés, empieza recordando el trágico naufragio del ferry que llevaba cientos de estudiantes a la isla Jeju. Cubierto en tiempo real por la televisión ante un país horrorizado, el tardío arribo del rescate significó la muerte de más de 300 personas. La gran indignación nacional por la letal incompetencia gubernamental llevó a la población a un cuestionamiento severo de la corrupción y el mal gobierno que esta engendra, que alcanzó a la entonces presidenta Park Geun-hye.
Park fue eventualmente destituida y llevada a prisión (también, por corrupción empresarial, fue a la cárcel el presidente de la gigantesca Samsung, Lee Jae-yong).
El nuevo presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, fue una figura destacada en las luchas por la democracia de fines del siglo pasado y probó luego ser el líder eficaz de una sólida democracia donde la responsabilidad y rendición de cuentas son fundamentales. La coordinación institucional, el despliegue tecnológico, la participación popular, fueron potenciadas por la fuerza de una democracia que supo tomar decisiones y aplicar recursos que no se perdieron en el camino ni por la ineficiencia ni por la corrupción.
Corea del Sur demostró que cuando se tiene una sociedad libre, con un gobierno principista y a la vez pragmático, la capacidad de una democracia fuerte para enfrentar con éxito serios problemas, se multiplica. El secreto de sus notables logros no fue precisamente el mantra de “pruebas, pruebas, pruebas”, sino el de contar con un gobierno honesto y eficaz.
¿Pudo el Perú haber hecho algo similar?
Creo que no. No de la misma forma.
No tenemos ni el número suficiente de pruebas ni la capacidad de distribuirlas, aplicarlas, procesarlas y poner de inmediato en acción ese conocimiento. Y ya hemos visto que la rapidez (rapidez eficiente) es condición central para el éxito de esa estrategia.
Pero eso no significa no desarrollar una solución propia, realista pero creativa.
Nuestro país cuenta con notables islas de eficiencia en diversos ámbitos, donde se encuentra desde epidemiólogos hasta detectives. Pero también carga con pantanos de ineficacia y de corrupción. Es por ello que el nivel de coordinación intersectorial y de operatividad táctica necesarias para revelar redes de contagio a mayor velocidad que el contagio mismo, no existe por ahora.
Para seguir con las metáforas no siempre atinadas pero sin duda llamativas de Tomás Pueyo, tenemos el bisturí y algunos cirujanos, pero debemos realizar otro tipo de operación. Lo que no debemos hacer es seguir con la autodestrucción a combazos alucinando que es terapéutica.
¿En qué tipo de operación debemos emplear el bisturí peruano?
El bisturí y el machete
Debemos adaptar el bisturí a lo que sabemos hacer bien. Convertirlo en herramienta multiusos, en una navaja suiza con afilado nacional.
Utilizarla como bisturí, claro, también como navaja y hasta como machete.
Y si sabemos que la herramienta no es nada sin una buena estrategia, establezcamos primero de dónde salimos, a dónde vamos y cómo planeamos llegar.
Estuvimos entre los primeros en reaccionar frente al virus. Salimos a hacerlo con el martillo y con los candados. Hemos perdido esa batalla. No es el primer caso que una nación enfrenta con decisión a enemigos siniestros y es derrotada por no contar con la estrategia apropiada.
La estrategia que falló fue pasiva en esencia. A su lado, hasta la línea Maginot era hiperactiva.
Se trató de encerrar a la población en los refugios de sus casas, de un lado, y preparar salas de emergencia con cuidados intensivos, y mecanismos auxiliares de cuarentena en el otro.
Nada, o casi nada, en el medio. La idea era que el virus encontrara calles desiertas y pistas vacías, sin organismos que capturar y destruir. Dueño de las calles, el virus acechaba, la población se escondía. Depredador y presa.
Ya sabemos lo que pasó y lo que sigue pasando.
Ahora toca cambiar los papeles.
En resumen, la estrategia debe ser la de salir a darle caza al virus. Buscarlo donde esté, en los distritos, en los barrios, en las casas, y eliminarlo. Con persistencia y decisión, como sucede en las batallas urbanas, donde se avanza cuadra a cuadra, piso a piso, bajo la guía del plan que determina objetivos, vectores de avance y tiempos.
¿Fácil decirlo y difícil hacerlo? Exactamente. Pero, ¿cuál es la manera de hacer algo difícil? Describir la misión y sus tareas con la mayor claridad posible.
Hoy tenemos pacientes ahogándose en hospitales ahogados; la nueva estrategia debe tener entre sus objetivos centrales que los contagiados no precisen llegar a los hospitales; y si llegan a ellos, que no deriven en la UCI; y que los pocos que recalen en las UCI no tengan que terminar entubados.
Para lograrlo, el tratamiento de los contagiados debe ser temprano y veloz.
¿Por qué? Veamos, para entenderlo, cómo ataca el virus y qué consecuencias produce en sus diversas etapas:
Como ven, una vez producido el contagio, la mayor carga viral (y la penetración consecuente, además de la capacidad de contagiar a otros) ocurre durante las primeras dos semanas. Luego, la presencia del virus decae mientras arranca una reacción inmune del cuerpo que pronto se descontrola y se convierte en una cascada inflamatoria, también conocida como “tormenta de citoquinas”. En esa respuesta desbocada, las defensas propias del cuerpo atacado lo destruyen y eventualmente lo matan. La medicación antiviral sirve de muy poco o nada en esta fase final, cuando el incendio orgánico se ha desatado y entran en juego los antiinflamatorios más poderosos como último recurso.
Pero, si se ataca con éxito al virus durante los primeros días, se reduce notablemente la infestación hasta controlarla, se evita entrar en la tormenta de citoquinas y no se produce daño orgánico permanente.
¿Cuáles son los medicamentos que han probado capacidad de acción contra el virus del Covid-19. Fundamentalmente la ivermectina y la hidroxicloroquina (o su hermana química, la cloroquina), con o sin el antibiótico azitromicina y con o sin el zinc.
La ivermectina es un protagonista mucho más joven que la hidroxicloroquina y tiene menos estudios sobre su acción, pero ha dado muy buenos resultados en la emergencia médica que se vive.
La hidroxicloroquina ha suscitado apasionamientos y enconos con pocos precedentes en la historia de la medicina. En “La tableta secuestrada” examiné cómo una humilde sustancia química ha resultado amada o aborrecida por razones políticas y, dentro de la comunidad médica, por otras aún más extrañas y oscuras.
Desde la publicación de esa nota sucedieron otros hechos que sugieren por lo menos deshonestidad intelectual.
Estudios recientes del IHU de Marsella, el Instituto que dirige el célebre microbiólogo Didier Raoult, mostraron resultados extraordinariamente positivos para el tratamiento temprano con hidroxicloroquina y azitromicina.
Poco después, hace pocos días, un reportaje del periódico France Soir comparó las tasas de mortalidad por Covid-19 de Paris con Marsella y otras regiones. En Marsella lo hizo con la mortalidad de quienes no fueron tratados con hidroxicloroquina y azitromicina respecto de quienes sí lo fueron (generalmente en el IHU, de Raoult).
Los resultados son dramáticos: París tuvo 5 veces más mortalidad que Marsella. 751 muertes por millón en la capital de Francia contra 147 en Marsella. Dentro de esta ciudad, la mortalidad de los que tuvieron el tratamiento de hidroxicloroquina con azitromicina fue de apenas 16 por millón.
Sin embargo, un estudio publicado en The Lancet, el 22 de mayo, basado en revisión de registros médicos en múltiples hospitales, encontró que los pacientes hospitalizados que fueron tratados con hidroxicloroquina o cloroquina, tuvieron menores probabilidades de sobrevivir en el hospital que otros pacientes y mayores perspectivas de sufrir arritmias cardiacas ventriculares.
La noticia reventó en todas partes y la Organización Mundial de la Salud decidió suspender los estudios con las cloroquinas dentro su programa multinacional de investigación hasta revisar los factores de seguridad en el uso del medicamento.
Este jueves 28, una información de The Guardian mostró que los datos de Australia que figuran en el estudio publicado en The Lancet eran falsos. En el escándalo subsecuente, una compañía contratada para proporcionar los datos, Surgisphere reconoció haber tomado erróneamente la información, pero se negó a revelar fuentes.
Que la droga que salva vidas en un estudio aparezca como homicida en otro indica que alguien miente. Los seres humanos tenemos ciertas variaciones pero nunca de ese rango. El daño que el apasionamiento, las inquinas y, muy probablemente, los intereses han hecho a la credibilidad de la investigación médica en el momento en el que más la necesitó el mundo, no va a ser fácil de reparar.
Los extensos estudios del IHU, con práctica masiva de por medio; y la información clínica de muchos lados, indica que las cloroquinas, especialmente la HCQ, son drogas eficaces contra el Covid-19 si se usan antes de que empiece la tormenta de citoquinas, y son, además, seguras.
Médicos con mucha experiencia clínica en el Perú lo afirman así, con algunas diferencias en métodos de uso.
Para el veterano médico neumólogo y catedrático, Roberto Accinelli, la hidroxicloroquina “Es el mejor tratamiento que hay porque tiene cantidades de demostraciones hechas …. Es sinérgica la acción [con la azitromicina]”.
Marco Carvajal, internista y emergencista sostiene que tanto en su experiencia en la de sus colegas en varios hospitales, “… la hidroxicloroquina ha funcionado bien”. Carvajal no encuentra necesario asociarla con azitromicina pero sí con zinc. Accinelli, por su parte, cree que no debe incluirse zinc en el protocolo. Otros médicos incluyen los tres remedios en su tratamiento.
Tanto Accinelli como Carvajal observaron buenos resultados de la aplicación de la ivermectina. Accinelli confía más en la hidroxicloroquina, mientras Carvajal las ha utilizado (como sucede en muchos casos) sucesivamente: “Para casos iniciales y más ligeros, ivermectina. […] Para los casos que están entre la fase 1 y la 2, cuando la ivermectina no ayudó, ya [se aplica] la hidroxicloroquina”.
No son remedios perfectos, pero son lo mejor que hay. Y cuando se los emplea en forma sistemática y oportuna, pueden lograr resultados espectaculares, como los de Didier Raoult en Marsella. En el ataque temprano al virus, la hidroxicloroquina y la ivermectina aparecen hasta ahora como las armas más eficaces.
El tratamiento, al atacar el virus, no debe ocurrir primariamente en hospitales sino en postas médicas y puntos de atención que deben organizarse en cada distrito.
No debe esperarse los resultados de las pruebas: ni de la molecular ni de la rápida, porque no son lo suficientemente prontas, en el primer caso, ni con el porcentaje suficiente de acierto en cada momento de la enfermedad.
El criterio clínico —los síntomas evaluados por una o un profesional calificado—, debe ser suficiente para proporcionar un tratamiento temprano contra el virus. Debe administrarse en la posta, controlarse por telemedicina (donde podrán intervenir los muchos médicos veteranos con gran experiencia e impresionante kilometraje que ahora han sido prohibidos de entrar en los hospitales, por su mayor vulnerabilidad al contagio y las complicaciones), o por visitas. Debe seguirse un registro cuidadoso del progreso de cada caso y alimentar con verdadero cuidado y pulcritud las bases de datos para tener la certeza de que son verosímiles.
El personal de primera línea: médicos, enfermeros, auxiliares; policías, serenos; militares; bomberos y voluntarios como, por ejemplo, los de las diócesis en provincias, debe, junto con las medidas de protección externa, tomar medicamentos profilácticos para protegerse orgánicamente de la infección. Eso, por una mínima coherencia cartesiana, es lo primero que debe hacerse. El objetivo, a perseguir con obsesiva insistencia, debe ser que no haya una sola nueva muerte entre el personal empeñado en salvar a la gente de este país.
Lo mismo debió y debe hacerse con los grupos más vulnerables como los ancianos en hogares o casas de retiro. ¿Qué se les debe dar? El médico Vladimir Zelenko, cuyo trabajo fue descrito en “La tableta secuestrada”, sugiere la siguiente profilaxis para personas de “muy alto riesgo”.
– Una pastilla de hidroxicloroquina de 200 mg diaria por cinco días. Luego, una pastilla por semana hasta que se pueda demostrar inmunidad o haya una vacuna.
– Sulfato de Zinc de 220 mg. Una pastilla por cinco días, luego una por semana.
Marco Carvajal, por su lado, indica que “la dosis recomendada es empezar con 800 mg a la semana de hidroxicloroquina y luego bajar a 400 mg. semanales”.
La forma de tomar la iniciativa en la lucha contra el Covid-19 ha sido descrita en detalle en la nota “Cómo enfrentar mejor la crisis: medicina comunitaria”, de Romina Mella y Joseph Zárate (con la colaboración de Rosa Laura), publicada en IDL-R el sábado 23 de mayo. La nota está basada en entrevistas con médicos con larga experiencia previa en la medicina comunitaria como primer frente en la lucha contra enfermedades peligrosas y complejas.
Los médicos que fueron muchachos en algún momento del siglo XX recuerdan todavía bien cómo se paró la epidemia del cólera a principios de los 90, cuando éramos un país arruinado, cuya única normalidad era la crisis. Se llegó a la gente con tratamientos sencillos y eficaces, que dominaron una enfermedad que parecía descontrolada y redujeron al mínimo la letalidad.
Si las enseñanzas de entonces se adaptan y aplican ahora con la debida intensidad, entusiasmo y energía, los contagios disminuirán y con ellos la infestación viral. Lo que ahora es un mapa nacional que hierve con puntos calientes se irá reduciendo conforme progrese el agresivo avance de tratamientos que irán refinando su eficacia con las enseñanzas que dará cada hora de acción.
Es la hora y el tiempo del Estado. Las guerras no son hayekianas ni friedmanitas sino keynesianas. Mientras el destrozado tejido económico empieza a curarse y convalecer, el Estado debe crear no solo ofertas sino empleos que puedan dar ingresos a algunas de las millones de víctimas económicas que tenemos.
Gran parte de esos empleos deben estar vinculados con lo más básico: alimentación de la gente y cuidado de la salud. Sin una buena nutrición que eleve las defensas y la capacidad inmune de la población, la vulnerabilidad de organismos debilitados por la escasa alimentación, la angustia por la falta de ingresos y el estrés de un futuro ominoso, se acrecentará. Emplear a mucha gente en alimentación, salud, limpieza, espacios públicos, fortalecerá el ánimo y las defensas de la gente. Los bonos de socorro están bien. Los ingresos por trabajo estarán mucho mejor. Y eso tendrá que hacerlo el Estado, a través de todos sus estamentos.
¿Alguien dirá que eso es estatismo o incluso populismo? Pues Taiwán puede enseñarle cómo una nación democrática y tan libremercadista como las mejores de ese grupo, lidia con emergencias que amenazan al país en su conjunto. ¿Alguien con mínima honestidad intelectual podrá sostener que la ley de la oferta y la demanda, regulada aquí por oligopolios, debe limitar el esfuerzo de una nación para conjurar una amenaza existencial?
Esta no es la descripción de un plan para Lalalandia. Es algo que se puede hacer en corto tiempo en el Perú. Con creatividad y aplicación. Y no sería, como hemos visto, la primera vez. Cuando la epidemia del cólera, se aplicó principios sencillos y coherentes con diligencia y decisión. Y se la paró en seco. Aquí tomará más tiempo, pero el mismo tipo de principios con la misma forma de acción tendrá el mismo resultado de victoria frente al mal.