NdR: Carlos Enrique Freyre es un escritor cuyo éxito y prestigio se ha construido con novelas tales como “El miedo del lobo”; “Desde el Valle de las Esmeraldas”; y “El último otoño antes de ti”. Su carrera literaria se desarrolló junto a su carrera militar. Freyre es coronel en servicio activo del Ejército, destacado ahora en Puno.
Durante algunos años, Freyre ha escrito para IDL-R la columna “Diarios de Guarnición”. En esta ocasión escribe la crónica-reportaje de los sucesos que desembocaron en la tragedia de Ilave, desde la perspectiva militar. IDL-R considera que se trata de un documento importante, que debe ser leído, en contrapunto, con el fotorreportaje “Desde la otra orilla”, que publicamos en simultáneo en esta edición.
1. El incendio de la pequeña Roma
Mañana del sábado 4 de marzo
Como a las once, se supo que las cosas en Juli comenzaron a deflagrar. Algunos rumores provenientes de las provincias del sur de Puno habían venido sin demasiado aspaviento: que miles de ciudadanos aymaras habían hecho un juramento para enfrentar al Ejército y que se preparaba una revuelta. Fuera de la apariencia de una bola, no había indicios sólidos de una movilización tan violenta como la ocurrida el 9 de enero anterior. Pero cuando comenzó, se hizo evidente que no estaba dispuesta a dejar piedra sobre piedra. Por mensajes de texto, doce policías de la comisaría de Juli solicitaban apoyo. Se habían refugiado en el techo de su instalación, mientras los primeros pisos eran incendiados, con ellos adentro.
Mientras eso sucedía, otros 800 pobladores —según la estimación de los soldados de la guardia— se dirigieron a la base militar de Juli, —una instalación recreacional que desde la emergencia alberga tropas— a exigir la entrega de los policías que, suponían, estaban allí. Unos días antes, premunido por algunas noticias sobre la posibilidad de un ataque, el comisario de Juli coordinó con el jefe de la base militar la custodia de dos patrulleros en su interior. El oficial del Ejército accedió. Los vehículos se quedaron en la instalación y por esa razón, parte de la población se apostó en la entrada pidiendo la entrega de unos agentes que no estaban allí. No estaban terminando de hablar cuando una lluvia de piedras comenzó a caer.
El diálogo se cortó y fue reemplazado por gritos, amenazas y la peligrosa sensación de que las cosas estaban saliéndose de control. Los patrulleros y un vehículo particular fueron incendiados y un tumulto vulneró el cerco, y llegó hasta el interior de la instalación. Un civil se lanzó encima de un suboficial, pero fue repelido. A golpes y gritos, la gente que logró entrar fue expulsada del perímetro.
Para agravar aún más la situación, la irregularidad del terreno facilitó que un grupo de manifestantes se interpusiera entre la construcción y las tropas. Dos suboficiales y quince soldados fueron separados, empujados por el gentío. Pudieron ser más, pero el capitán al mando reaccionó y, haciendo disparos al aire, logró rescatar a algunos. Los 17 hombres terminaron en la plaza de armas, rodeados, a una distancia prudente, por decenas de pobladores. Les gritaban:
–¡Disparen pues, para que vean cómo se van a la cárcel!
Después, los conminaron a apoyar la renuncia presidencial. La sensación de peligro flotaba. En esas, un helicóptero de la Aviación del Ejército salió de Puno para rescatar a los policías del incendio. Desde la altura se divisó a los agentes en el techo de la estructura ardiendo. Se lanzaron gases para crear una brecha suficiente que diera una ventana de escape. La aeronave maniobró, posó en un descampado a unos 600 metros y unos policías de la USE descendieron para rescatar a sus compañeros, también a punta de gas. Felizmente funcionó, a pesar de lo aparatoso.
Luego, la aeronave se elevó y se dirigió a la plaza. Parte de la población que contenía a la tropa se asustó y en la confusión, los suboficiales aprovecharon para retornar con la patrulla hacia la base. Tuvieron que hacerlo a la carrera. Aquellas son las imágenes de dos grupos de tropa corriendo en medio de gente que les arroja piedras.
Con 20 heridos en las fuerzas del orden —10 eran policías y 10 del Ejército—, pero puestos a buen recaudo, quedaba resistir. Los manifestantes se trasladaron a la sede del Poder Judicial y a las agencias bancarias. “La Pequeña Roma de América” (como se conoce a Juli) no tenía uno, sino varios nerones tratando de quemarlo todo. El panorama era desalentador y solo quedaba reforzar Juli durante la noche del sábado. En una reunión de urgencia, se decidió que unas escuadras policiales arribaran a la base por vía aérea y que tropas del Ejército salieran de Ilave y Pomata, a pie, pues las carreteras estaban bloqueadas. Las tropas de Pomata, como retornaban desde Juli también ese día, tuvieron que detenerse para descansar, recuperar energías y volver a marchar la jornada próxima. Entonces solo los soldados ilaveños quedaron comprometidos en el recorrido.
2. La marcha y primer cruce del río Ilave
Madrugada del domingo 5 de marzo
Cuarenta y dos hombres del Batallón de Infantería Nº 59 salieron a la una y treinta de la mañana a cumplir con su misión. Tres eran oficiales, diez técnicos-suboficiales, cuatro eran sargentos reenganchados y 25 pertenecían al servicio militar voluntario. Estaban divididos en dos patrullas, llamadas Negro 1 y Negro 2, ambas al mando del capitán Josué Frisancho. La mayoría llevaba equipo antimotines. Cuando las patrullas se aproximaron al puente Colonial, se percataron que un piquete se mantenía en custodia. Los oficiales de la patrulla decidieron cruzar el río. Uno de los tenientes hizo un reconocimiento y descubrió un punto de vadeo de poca profundidad.
El agua no pasaba de sus muslos. Hicieron una cadena humana y cruzaron los 180 metros de playa a playa sin dificultades a pesar del frío, que a esa hora bordeaba los cuatro grados centígrados. Los del puente no pudieron verlos, pues estaban a 700 metros del pasaje del curso de agua. Se reagruparon y comenzaron a marchar hacia Juli, teniendo cuidado de no ingresar a los poblados o toparse con los piquetes dispersos en la carretera que une ambas ciudades, distante 25 kilómetros una de la otra. Esas restricciones harían que no pudieran cumplir con el ritmo de marcha para las unidades de infantería, que es de unos 4 kilómetros por hora. Se detuvieron a descansar y reacomodar los equipos en los exteriores del Instituto Tecnológico (16°6’24″S 69°36’19″W), después de andar casi 5 km; luego en el Parque de los Sonidos (16°9’42″S 69°32’34″W) y volvieron a cruzar un río —el Zapaylla— e hicieron una última parada en un descampado a 1 km de ese cauce (16°8’25.39″S 69°34’8″W).
El día los alcanzó 4 kilómetros más adelante, donde confluyen una serie de comunidades: Santiago, Santiago Mucho, Santiago Tire e Inca Bebedero. Unos 60 pobladores les cerraron el paso y se inició la primera agresión con piedras registrada en video.
La patrulla trató de seguir avanzando, pero no les quedó otra que formar en rombo para protegerse. Unos cuantos líderes comenzaron a amenazar que los ajusticiarían y quemarían vivos. A cierta distancia, los soldados pudieron apreciar la aparición de un grupo más nutrido, que bordeaba las 400 personas y motos lineales que iban y venían por las trochas. Después de unos momentos, volvieron a formar en columna para marchar.
3. Un repliegue inamistoso
Todavía a una distancia considerable de Juli, el capitán Frisancho comunicó a los puestos de comando sobre su situación, mientras recibían el primer ataque. Colocando a ancianos, mujeres y niños en primera línea, les lanzaron piedras, palos, herramientas de uso agrícola y avellanas. Las patrullas respondieron con tiros al aire de escopetas. En medio del laberinto, los oficiales lograron tomar contacto con algunas personas con capacidad de diálogo y se les explicó que retornarían a Ilave, distante ahora a unos 13 kilómetros. Sería un vía crucis altiplánico. Los 42 hombres de Negro 1 y Negro 2 seguidos por una procesión de personas que los amenazaba o lanzaba piedras.
Por momentos, cuando parecía que las cosas se ponían demasiado álgidas, el capitán de la patrulla iba comunicándose con el comandante del BIM 59. Los audios que envía no transmiten temor ni un apremio mortal, sino bastante incomodidad por la actitud de la muchedumbre. Entonces se examinó la posibilidad de extraerlos por helicóptero.
La evaluación de ese apoyo sería descartada después de un análisis fulminante: los MI–17 tienen la restricción de solo trasladar 10 pasajeros debido a los 3800 metros sobre el nivel del mar. Es decir, quedarían disminuidos y más vulnerables. El área es muy poblada, a pesar de su ruralidad; decenas de viviendas sin terminar, pequeños corrales de animales y postes con cableado interrumpen los gélidos parajes del Collao. Existen unas 40 comunidades dispersas en su recorrido. Por último, estaba el riesgo para las personas. Nada garantizaba que la población no se acercara a la aeronave para atacarla o terminara con heridos por los rotores, como había venido sucediendo las últimas semanas. Se pensó que el remedio podía ser peor que la enfermedad.
La marcha continuó, pero la fatiga comenzó a hacerse evidente. Estaban sin comer —debían hacerlo al llegar a Juli— y aunque la temperatura ambiental no era tan alta, el sol de la sierra era otro látigo. Cuando se combinan con el polvo y el peso del equipo vas desgastándote más rápido.
4. La última parada y una tragedia
La localidad de Ocoña (16°5’11″S 69°35’17″W) fue el último de los poblados por donde pasaron ambas patrullas.
No les habían dado tregua y el cansancio y la tensión eran más evidentes. El capitán llamó al comandante, quien no había podido hasta ese momento sortear el bloqueo para llegar a Ilave. [Cuando comenzó el ataque a Juli, estaba trasladándose de Puno a Ilave y quedó varado]. Este, tomó una decisión. Le ordenó a uno de los tenientes que estaba en su cuartel que conforme un grupo sin equipamiento para ir en auxilio de los que iban llegando. El oficial reunió 15 hombres y les recomendó que salieran de civil, por seguridad.
El comandante aprobó la iniciativa, y partieron a las 10 y 30 de la mañana. A las 11:00 ese grupo había logrado sortear el río Ilave y una hora después, alcanzó a los muchachos que estaban de retorno, casi a un kilómetro y medio del camal. El teniente Charalla, al mando, se dio cuenta de que era una situación anómala. Las líneas de los cerros colindantes estaban cubiertas de personas.
En las afueras de Ocoña, a las 12 y 30, el capitán habló con su gente. Rodeados por algunos pobladores se sentaron a descansar creyendo que era su último esfuerzo. Enterado del grupo que se aproximaba a ayudarlos, el oficial envió una fotografía de una elevación, la marcó con rojo y le dijo a su comandante:
–Hay un cerro aproximadamente a 500 metros, allí esperaré el apoyo.
Cuando los soldados de civil aparecieron, uno de los pobladores comenzó a gritar:
–¡Esos son ternas! ¡Son policías!
Los manifestantes se enardecieron más. Para agravar los ánimos, cuando reiniciaron la caminata, las patrullas abandonaron la ruta que conduce al puente de Ilave y comenzaron a dirigirse hacia el camal, por donde tenían pensado cruzar el río. Los oficiales apreciaron que trataban de conducirlos al puente de Ilave a propósito, lo que representaba un riesgo que no querían correr. El teniente Charalla escuchaba:
–Van a morir perros de mierda.
–Yo soy reservista, ustedes son cualquier cosa.
–Eres paisano, te has salvado de morir.
El capitán se comunicó nuevamente con el comandante, en medio de la bulla de silbatos, y le expresó:
–Se molestan más porque no les hacemos caso. Creo que están mal acostumbrados a que lo que ellos digan, se tiene que hacer.
Quedaba el último obstáculo: el río. ¿Por qué cruzar el río Ilave? La facilidad con la que lo cruzaron la noche anterior —y el propio grupo que los alcanzó también lo hizo— pudo haber sido un factor para repetir el pase. 18 de los 57 hombres eran militares profesionales, que de todas maneras saben nadar y volver a hacer la cadena con el agua hasta los muslos no parecía ser una mala opción. Por otra parte, el caudal del río aparentemente se mantenía igual y no había indicios de una crecida. En la tabla siguiente, está el registro que no hubo lluvias esos días; de hecho, había temores por la presencia de una sequía agobiante, que amenazaba la producción agrícola:
Unidos en una sola columna de marcha, salieron del camino. Cerca del cruce, la situación comenzó a salirse de control. La tropa empleó las bombas lacrimógenas que tenían (llevaban 10 en total) para sacarse a la gente de encima. Los atacantes se dispersaron por un momento, pero volvieron a la carga y en respuesta, se disparó con los fusiles Galil al aire. Por fin, los 57 hombres del BIM 59 estuvieron en la orilla, listos para cruzar a la altura del camal, un lugar distinto al que cruzaron en la madrugada. Debían atravesar aproximadamente 120 metros. Hicieron la cadena, pero no se desequiparon como en el pasaje de la madrugada, sino que distribuyeron el material entre todos.
A veces, la fatalidad converge de una manera extraña. El lugar por donde se eligió cruzar es frecuentemente intervenido por maquinaria para la extracción de arena, en especial en época de seca. Es un problema transversal a varios ríos en el departamento y las autoridades suelen hacer operativos para detenerla, con poco éxito. El coronel Antonio Vega Revello y los operadores FOES de la Marina de Guerra, que asistieron al rescate de los cuerpos, se percataron del fondo del río removido, con hoyos pantanosos.
Una vez que ingresó al agua, la patrulla fue atacada con huaracas y en menor proporción, con avellanas. Agotados por el esfuerzo del recorrido, con los equipos a cuestas y metidos en la parte más peligrosa del cauce, su suerte estaba echada. Mientras las piedras caían; unos optaron por protegerse con los escudos y otros dispararon sus fusiles y la cadena de brazos se rompió. La tragedia estaba consumada. Seis soldados estaban siendo arrastrados por la corriente y la desesperación cundía. Este video muestra ese instante:
Los últimos integrantes de la columna retornaron a la orilla. Uno fue golpeado por unos pobladores y otro, por el contrario, fue auxiliado; lo mismo ocurrió con otros integrantes de la patrulla que alcanzaron la playa del camal. Pronto, sus rostros se hicieron visibles y para espanto de los agresores, fueron descubriendo que eran sus paisanos y la violencia fue cesando paulatinamente.
La mala nueva de la tragedia viajó de inmediato por las redes sociales. Llegó a Puno como llegan siempre los rumores, con su dosis de tergiversación. Lo primero que se supo es que el cabo Canazas había perdido la vida y que estaban desaparecidos otros cinco hombres, además de los que se hallaban en medio de la población y siendo asistidos en el centro de salud por hipotermia y hematomas. El cabo Rivaldo Quispe Benito fue evacuado a Lima: le dieron con un palo en el bazo y tuvo una hemorragia, que, felizmente, se controló en el Hospital Militar.
5. Colofón
El paso de los días va esclareciendo lo ocurrido en Ilave. Comportamientos absurdos llevan a desenlaces fatales. No soy quien para juzgar las decisiones de los actores; mi experiencia me dice que desde fuera del terreno, cualquiera puede ser mariscal de campo. En la cancha, los que enfrentan una situación atraviesan un cúmulo de variables desconocidas. Es su preparación, competencia y profesionalismo lo que lleva a un líder a enfrentarla con solvencia o conducir a sus tropas a un abismo.
Es incorrecto señalar como “asesinos”, a los pobladores aymaras. Lo que ocurrió con la patrulla Negro 1 y Negro 2, así como el Grupo de Apoyo del batallón de Ilave tiene responsables puntuales, que las investigaciones están determinando, en las esferas penales y militares. La Fiscalía de Derechos Humanos y la Policía Nacional han iniciado su trabajo y pronto los rostros de quienes participaron de este desenlace, irán por el cauce que corresponde, es decir, el de la justicia.
Es incorrecto decir que no hubo agresión alguna. Como se puede ver en el contenido de este relato y los videos y fotografías, desde el centro poblado Santiago hasta el cruce del río, el hostigamiento no cesó. Hubo gente que participó, otra que simplemente espectó y, un tercer grupo, que también defendió o intercedió por los soldados. Los pobladores no son terroristas, pero hubo grupos muy hostiles cuya cerrazón fue configurando las decisiones de la patrulla. Si solo hubiera sido cosa de gritos, la patrulla hubiera cruzado por donde vino, o usando el puente.
Es falso que el jefe de patrulla obligó a punta de disparos, a cruzar a los soldados. El cruce fue consensuado por los más antiguos, en razón a que dedujeron que pasar por el puente de Ilave era un riesgo mayor.
A nivel militar, las investigaciones continúan de manera simultánea. ¿Fue la mejor decisión cruzar el río? ¿Hubiera sido mejor seguir hacia el puente? ¿El jefe de patrulla tuvo un criterio y temple adecuados? ¿Pudo haberse tomado mejores alternativas? ¿Debió haber empleado las armas de acuerdo con el Decreto Legislativo 1095? ¿Cuáles hubieran sido las consecuencias?
El respeto por la memoria de Franz Canasas Cahuaya, Elías Lupaca Inquilla, Percy Castillo Pongo, Carlos Quispe Montalico, Elvis Pari Quiso y Alex Quispe Serrano, pasa por aproximarnos, sin apasionamientos ni posturas, a la verdad. Sus nombres brillarán con luz propia en las comunidades por donde pasaron y en los corazones de sus camaradas de armas.