El 21 de marzo de 1994, un ex alto funcionario del gobierno peruano tuvo una larga conversación con el encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos. Lo que se habló quedó reseñado en un cable de diez páginas escrito por el entonces embajador de Estados Unidos, Alvin Adams, con la redacción incómoda de quien sabe que está revelando información explosiva, que no puede soslayar, pero sobre la que no puede hacer ni hará nada.
El cable fue inmediatamente clasificado como secreto. Y cuando se lo desclasificó varios años después, el censor borró páginas enteras que ni con el correr del tiempo resistían una revelación.
El nombre del ex alto funcionario fue también borrado. Pero, como el redactor del cable se esforzó en que todas las cosas que se afirmaron fueran atribuidas solo a la fuente, escribió su nombre tantas veces que algunas se le escaparon al censor. Y gracias a eso podemos saber quién fue la persona que habló ese día.
Era el contralmirante AP (r) Jorge Hesse Ramírez, ex director del servicio de inteligencia de la Marina. “El negro” Hesse, como lo conocían en la Marina, era persona que inspiraba grandes lealtades u odios profundos. Pero ni siquiera sus más enconados enemigos (entre quienes estaban los hoy vicealmirantes en retiro Francisco Vainstein y Luis Giampietri, este último copromocional de Hesse) ponían en duda su inteligencia y perspicacia. Y muy pocos dudaban de su honradez.
Pasado al retiro por Fujimori y Montesinos, con los cuales se había aliado en 1990, pensando que lo ayudarían en su cruzada por erradicar la corrupción organizada de la Marina (lo cual demuestra lo ingenuos que pueden ser hasta los más experimentados espías), Hesse había quedado fuera de juego, mientras sus enemigos pasaban a reemplazarlo en la alianza con Montesinos y Fujimori.
La persona que llegó ese día a la Embajada era un hombre desilusionado y derrotado. Estaba, además, enfermo y quizá supiera que no le quedaba mucho tiempo de vida. Pero él, Hesse, seguía siendo una de las personas mejor informadas en el Perú.
Los crímenes de Barrios Altos y la Cantuta y, sobre todo, su pertinaz encubrimiento, se habían convertido en un problema internacional para el gobierno de Fujimori que entonces buscaba su primera reelección.
Lo que dijo Hesse sobre las razones por las que el régimen de Fujimori y Montesinos estaban dispuestos a soportar el costo internacional que significaba encubrir el caso, fue muy revelador.
“ [Hesse] dijo no tener duda alguna de que Montesinos tuvo control total sobre los grupos que ejecutaron estas dos operaciones [Barrios Altos y Cantuta]. Hubiera sido imposible que grupos capaces de llevar a cabo estas operaciones existieran y funcionaran sin estar bajo su muy estricto comando y control. Por esta razón [espacio en blanco] él pensó que el gobierno de Fujimori continuaría forzado a esconder la verdad y proteger a los perpetradores de las acciones y sufrir así las consecuencias en la relación con otros Estados”.
No eran las palabras de un opositor ni de una víctima, sino las de alguien que había conocido los secretos del Estado mejor que nadie. Era también la persona que en 1990 había llevado de la mano a un todavía inexperto Montesinos a reestablecer contacto con la estación local de la CIA. (He descrito en detalle ese capítulo en mi artículo “Historias de espías” de Caretas 1935, del 25 de julio de 2006).
Luego siguen varias páginas que el censor borró por completo antes de desclasificar el documento. Uno puede inferir lo explosivo de la información teniendo en cuenta lo que no fue borrado.
El punto 12, en cambio, no fue censurado y ahí Hesse habló sobre la corrupción militar vinculada con el narcotráfico. ‘Vaticano’, el señor del narcotráfico en toda la región que irradiaba su base de Campanilla, había sido capturado poco antes en Colombia y extraditado al Perú.
Los ‘éxitos’ que presentaba el gobierno de Fujimori y Montesinos obedecían, dijo Hesse, a que el Ejército actuaba contra narcotraficantes que eran “rivales de sus amigos. Todo es parte del sistema, sostuvo. Él [Hesse] anotó que la captura de Demetrio Chávez Peñaherrera (‘Vaticano’) había enfrentado al Ejército con un problema especial. Su captura en Colombia se había dado fuera del control peruano y su deportación al Perú había forzado al gobierno del Perú (‘GOP’ en la abreviatura gringa) a encarcelarlo. No podían liberarlo sin provocar una gran reacción internacional. Tampoco podrían juzgarlo en público puesto que él revelaría quiénes eran sus aliados en el Ejército. Hesse consideró que Vaticano era ‘una creación del Ejército’. (…) Debido a esas conexiones, Vaticano tenía que ser juzgado en secreto por un tribunal militar y mantenerlo luego incomunicado”.
Dos años después, cuando Hesse ya había fallecido, el gobierno se atrevió a juzgar públicamente a ‘Vaticano’ creyendo haberlo sometido. Ahí, éste aprovechó la luz pública para revelar, precisamente, quiénes fueron sus aliados. Varios cables de la embajada de Estados Unidos describieron en detalle el escandaloso incidente y el posterior encubrimiento.
Un cable secreto para el Departamento de Defensa, enviado el 26 de agosto de 1996, informó con detalle sobre la denuncia:
En esa denuncia apareció por primera vez el acusado como intermediario de Montesinos, el teniente (en 1992) Rafael Franco de la Cuba, jefe de la base contrasubversiva de Punta Arenas en 1991 y 1992.
‘Capulina’ sigue presente en la actualidad nacional, en papeles diferentes pero invariablemente equívocos. Como admirador de Massera y apologista de la guerra sucia en las reuniones de UnoAmérica, junto con Sergio Tapia, el principal consejero de Rafael Rey. Y como extraña presencia en el presunto caso de soborno a cargo del suboficial Amílcar Gómez.
Otras organizaciones informaron también a sus jefes en Estados Unidos sobre el caso. La oficina de la DEA envió un cable muy suscinto, al que añade una nota sobre los vínculos antiguos de Montesinos con el narcotráfico, que sugiere lo necesario para quienes saben leer entre líneas (que era lo único que en esa época, dominada por la relación de Montesinos con la CIA, podía hacer la DEA).
Hesse había investigado bien la corrupción vinculada con el narcotráfico. La primera vez que yo escuché aquel alias de ‘Vaticano’, fue en 1990, poco después de conocer a Hesse, quien me pareció una persona seria y muy bien preparada, a quien no seducía la información titilante de inteligencia (quién se acuesta con quién, quién aspira qué) sino las posibilidades que esta ofrece para comprender mejor situaciones ambiguas y complejas.
La Marina tenía sistemas desarrollados de interceptación radial y gracias a eso, Hesse y sus analistas podían seguir la diaria narrativa hablada del narcotráfico en pleno auge. Hesse tenía registrados a dos grandes narcotraficantes entre la fauna de otros menores: El ‘Vaticano’ y el ‘Ministro’. Este último era un colombiano, Waldo Vargas Arias. Los dos trabajaban con militares corruptos, con gran influencia en la cúpula de gobierno. Pero entonces, ni Hesse supo que el mayor contacto de los narcotraficantes era Vladimiro Montesinos, aunque sí llegó a identificar muy bien su modus operandi.
Años después, me parece que en 1996, otro periodista que conoció a Hesse, Enrique Zileri, el gran director de Caretas, escribió una nota recordando también la primera vez que aquel le mencionó la existencia de ‘Vaticano’ en la espartana oficina de la avenida Central en la que el entonces jefe de inteligencia de la Marina trabajaba por las noches en su modesto negocio de informática.
Solo pasaron tres años antes de que un entonces ya derrotado Hesse conversara con el funcionario de la embajada de Estados Unidos y le contara lo que sabía sobre la corrupción y los asesinatos paraoficiales en la primera etapa del régimen de Fujimori y Montesinos. Hesse falleció poco después.
Pero 17 años después, parcialmente desclasificado, su diálogo confidencial de 1994, nos dice con exactitud qué pasó en forma que nosotros, con el conocimiento del futuro que él no vio, podemos corroborar, y corroboramos.