Últimos párrafos de la entrega anterior En cuanto al número de policías que participó en el rescate, Josué Candiote indica que fueron “de treinta a cuarenta”. IDL-R intentó repetidas veces comunicarse con Candiote sin lograrlo. El ex secuestrado fue trasladado por su compañía a otra ciudad, distante de Chincha y de Cañete. El gerente general de la compañía ADC SAC trató de persuadirlo para que declarara por teléfono pero Candiote sostuvo estar todavía afectado por la ansiedad y el miedo del secuestro y no quiso ser entrevistado.
En el caso de Chincha hemos visto hasta ahora lo siguiente:
• El plan de un grupo de delincuentes para secuestrar un empresario fue delatado por un informante dentro de la banda o cercano a ella (pudo haber más de un informante, pero ello no parece probable).
• El policía que logró y mantuvo contacto con el informante fue, según la documentación del caso, el suboficial César Augusto Rojas de la oficina regional de inteligencia de la PNP en Ica.
El jefe de esta, el coronel Ricardo Guillén puso el caso en conocimiento de su jefe regional primero, el general Manuel Mondragón y con el consentimiento de este, coordinó con la Dirección de Inteligencia [DIRIN] de la PNP. Su primer contacto fue el coronel Joseph Livia de la división de Asuntos Especiales y este comunicó a su vez el caso al Director de Inteligencia, general PNP Claudio Tello. Ambos ordenaron al comandante PNP Raúl Prado Ravines que hiciera una apreciación de inteligencia y un plan operativo.
• El plan fue preparado para utilizar los medios propios de un gran operativo a partir de la información compilada en Ica. Se la describía así: “… un Delito contra la Libertad-Violación de la Libertad Personal-Secuestro, en agravio de un próspero empresario para posteriormente ingresar a una bóveda en cuyo interior habría la suma de S/. 150,000.00 Nuevos Soles”.
• En el plan se describe la organización criminal que se prepara a actuar, de la siguiente manera: “[Están dirigidos] por el (a) “Roberto” de Chincha entre otros DDCC procedentes de la ciudad de Lima, quienes para la comisión del mismo estarían provistos de armas de fuego de corto y largo alcance, chalecos antibalas, vehículos robados con placas clonadas…”.
• La movilización policial fue, quizá por eso, extraordinaria: 60 policías anti-secuestros de Lima, bajo el mando del jefe de la División, coronel PNP Manuel Roncalla; 18 efectivos de la SUAT dirigidos por su comandante: coronel PNP Carlos Cabrejo; además de los policías de Chincha e Ica que participaron en el operativo, sobre todo en el manejo de la inteligencia que iba llegando, en tiempo real [probablemente a través de un celular] del informante.
• Pero la información, aunque acertada en el hecho y la fecha del secuestro, fue imprecisa en todo lo demás.
• Al final, el secuestrado no fue “un próspero empresario” sino un empleado de este, cuyo modesto sueldo determinó, entre otras cosas, su modo de transporte: autobús Soyuz de Cañete a Chincha y mototaxi de la agencia hasta su casa.
Los hampones, a su turno, parecen haber actuado también con medios limitados: cuatro de ellos asardinados en un Tico dentro del cual tuvieron que taquear a su víctima. Así, el operativo de secuestro fue de un Tico contra una mototaxi. Sin embargo, los cuatro delincuentes estaban armados. No eran armas modernas pero sí funcionales, capaces de disparar y matar.
El “próspero empresario”, dueño de la Corporación ADC no estuvo, todo indica, en peligro de secuestro. Él es Óscar Valdés, ex ministro del Interior y ex primer ministro en la primera parte del gobierno de Ollanta Humala. Militar retirado, Valdés tiene la preparación y experiencia para calibrar cuán grave es la criminalidad en el sur medio. Romina Mella, de IDL-R, lo entrevistó la semana pasada.
“Esa zona de Cañete es una zona de atracos y asaltos. Nosotros como empresa nos hemos visto perjudicados” dijo Valdés. El secuestro de Josué Candiote “no es el único caso que le ha ocurrido a Corporación ADC … inclusive en una oportunidad nos robaron un camión completo […] En ese depósito de Cañete nos han asaltado dos veces. Nosotros tenemos productos de consumo masivo y siempre hay dinero”. “En la primera oportunidad que robaron el almacén” prosigue Valdés, “entraron con armas largas […] pensamos que nos habían agarrado de caseritos, [pero] la razón que nos daban es que no solamente a nosotros, sino que en esa área a todos los que manejaban dinero los asaltaban”.
Después del secuestro, dice Valdés, Candiote “estaba tan asustado el pobre que le temblaba hasta el DNI”. La compañía eventualmente lo cambió a otra región del Perú. “Yo no creo” sostiene Valdés, “que haya una relación entre un asalto y otro. Esa era una zona de atracos. Los delincuentes actuaban con impunidad en la zona. Esto ha venido sucediendo a partir del 2013, que a los trabajadores los han empezado a agarrar de víctimas. Porque en esa zona parece que la Policía se esfuma cuando entran delincuentes a actuar libremente. Diera la impresión como si estuvieran coludidos”. Pese a las gestiones de Valdés, Candiote se negó, desde su lugar actual de trabajo, a ser entrevistado por IDL-R.
Errores, manipulaciones y contradicciones
Luego de las horas de patrullaje e incertidumbre en Chincha, los secuestradores finalmente raptaron a una víctima imprevista. Pero antes de media hora, cuatro de ellos –quizá los cuatro del Tico que ejecutaron el secuestro– estaban muertos y su conmocionada víctima a salvo.
La escena del enfrentamiento fue mal manejada desde el momento que arribó el alud de policías. El médico legista, Rolando Pariona Landa, que participó en el levantamiento de cadáveres y en la necropsia, declaró meses después a la fiscal Rosa Oróz que “El lugar de la escena no ha sido protegida, todo lo contrario, ha sido contaminado con las huellas de las pisadas de los efectivos policiales que transitaban por el lugar, debiendo precisar además que por la escasez de la luz, no se pudo advertir ello”.
Durante su investigación, la fiscal Oróz cometió serios errores, como afirmar que las heridas de bala (“de las pericias de balística forense obrantes a fojas 249 257”) de los cuatro secuestradores muertos fueron hechas con disparos efectuados a 50 centímetros o menos.
Eso es falso. La propia fiscal tuvo que enviar, en marzo de este año, una aclaración al juez donde indica que “ha existido un error de imprecisión al consignar erradamente” que los disparos que ocasionaron las heridas mortales se habían gatillado a distancia de quemarropa. Solo hay una herida hecha a corta distancia. Ninguna de las otras.
Ese considerable error sirvió, sin embargo, para la hipótesis de una ejecución a víctimas rendidas que adoptó el coronel PNP Edgardo Aybar en su informe claramente hostil contra los policías de la SUAT en ese caso. Sin embargo, luego de descartar los informes de Aybar y de la fiscal Oróz, por el sesgo manipulativo del primero y los negligentes errores del segundo, quedan todavía contradicciones no resueltas en las diversas versiones del mismo hecho y varias preguntas que hasta ahora no tienen respuesta satisfactoria.
• Candiote, como se ha visto, cambió varias veces su versión, pero en ninguna de ellas indica que la SUAT haya llegado en camionetas por la trocha, con los faros encendidos y con el ruido del motor claramente distinguible. En una declaración niega específicamente haber escuchado el ruido de los motores. En un testigo tan cambiante como Candiote, con el sentido del tiempo y la percepción alteradas por el pánico, ello pudiera no sorprender.
Lo que dijo Delboy
• Pero en un reportaje de “Reporte Semanal” propalado una semana después del secuestro, el comisario de Chincha, coronel PNP Fernando Delboy, acompaña al equipo televisivo al lugar del enfrentamiento y las muertes y parece corroborar la versión de Candiote. En el minuto seis del reportaje, Delboy dice que “la Policía Nacional ha estado siempre atenta y ha estado escondida en el otro lado para poder prácticamente [sic] sorprenderlos justo cuando el carro entraba y ahí hubo un cruce de fuego y gracias a Dios el secuestrado, pues, se ha salvado”. Si esta versión fuera cierta, la de los policías de la SUAT sería falsa.
• La respuesta al relato de Delboy por parte de policías familiarizados con el pensamiento de los miembros de la SUAT (y también de gente de inteligencia), es tajante: Delboy, dicen, “no sabe de qué habla… él no estuvo en la operación, no tiene idea de nada, habla por hablar”, en palabras de una de las fuentes con conocimiento directo del tema.
• Es verdad que la versión de los hechos que se dio en ese reportaje está preñada de las inexactitudes típicas de los informes policiales para consumo de la prensa: fantasea con los nombres de la banda, miente sobre quiénes participaron en el corto combate, pero valdría la pena, por lo menos, preguntarle a Delboy (a quien no se pudo ubicar) de dónde sacó la información de que los policías estuvieron agazapados, esperando en emboscada que los secuestradores llegaran.
Hipótesis
• Si ello fuera cierto, (y juguemos por un momento la hipótesis) supondría que la Policía sabía dónde iban a traer los secuestradores a Candiote gracias a su informante.
• Eso no invalidaría la acción de la SUAT, siempre y cuando se hubiera cumplido con los protocolos de enfrentamiento armado (que la SUAT ha demostrado respetar en varios otros casos). ¿Por qué no decirlo entonces? ¿Para cuidar la identidad del informante y no revelar la estratagema? Si la hipótesis fuera en todo o en parte cierta, ayudaría a explicar porqué los secuestradores viraron hacia Fundo Colorado en lugar de seguir a Cañete, que es donde se encontraba el dinero que querían robar. Claro que también es posible que esperaran cambiar de auto,para seguir a Cañete en un auto diferente al Tico. El hecho es que no podían postergar mucho el robo, dado que debían suponer que el mototaxista habría ya denunciado el secuestro y que eso pondría a varios en alerta, especialmente a la Corporación ADC en Cañete.
(Fuente: PNP)
• Es una hipótesis sugerente, pero contra ella está el testimonio sólido de todos los integrantes de las dos camionetas de la SUAT que entraron a la trocha y participaron, combatiendo o como contención, en el tiroteo. Sobre ese hecho básico no hay cambio de versión ni discrepancia significativa entre uno y otro SUAT. • El esfuerzo por rescatar vivo a Candiote y también la prontitud con la que los SUAT llevaron al herido al hospital, tratando de salvarle la vida, refuta la noción de que se hubiera presentado una historia falsa que no corresponde a los hechos. Además todo indica que ningún policía SUAT intentó coaccionar o siquiera persuadir a Candiote para que cambie su versión.
• La única diferencia clara en los testimonios de los SUAT está en el número de autos, en dos etapas. En la primera unos declaran haber visto solo al Tico ingresando a toda velocidad en la trocha a Fundo Colorado. Pero por lo menos uno menciona dos autos. Esa es, dada la circunstancia, sobre todo la noche, una discrepancia comprensible.
• Pero, en la segunda etapa, cuando llegan a Fundo Colorado, varios SUAT declaran haber visto otro auto junto al Tico, que escapó apenas empezó el tiroteo. Por lo menos un SUAT dice que vio otros dos carros, mientras que otro sostiene que solo vio al Tico. Hasta donde sé, no se intentó investigar más para resolver la discrepancia, que no es ociosa sino significativa, dependiendo de cuál resulte ser la verdad de los hechos en ese caso.
• No está claro cómo prosiguió y finalizó la investigación ese día y los siguientes. Si hubo otros delincuentes, ¿quiénes fueron? ¿Dónde huyeron? ¿Se los capturó luego o no? Teniendo penetrada, como todo indica que lo estaba, a la banda, ello no hubiera sido difícil para la Policía.
Distorsiones
Pero todo indica que luego del enfrentamiento en Fundo Colorado y el rescate de Candiote, la investigación dejó de ser, por decirlo suavemente, la prioridad de la Policía. Todo aquel que participó, por periférica o accesoria que hubiera sido esa participación, en el caso, corrió al escenario del desenlace, no solo para verlo sino para salir en la foto.
La visita de Urresti, a las pocas horas del hecho, alborotó todavía más a los policías. Ellos, los profesionales de la investigación (¡con 60 policías de la Dirincri a las órdenes de Roncalla!), pisotearon y alteraron el escenario una vez que la SUAT –que sí lo cuidó escrupulosamente mientras lo tuvieron a cargo– salió y entregó el control a los investigadores. Para buena parte de esos policías, el caso en sí había terminado.
Ahora empezaba otro capítulo: la pugna por aparecer en el informe, por maquillar lo que pasó para ser incluido en el reporte de la operación y premiado (desde ascensos hasta felicitaciones) por ella. Eso no sucedió solo en Chincha. Pasa en casi cualquier operativo de importancia mediana o alta.
Un escenario relativamente vacío durante el operativo se convierte súbitamente –apenas logrado el éxito– en lo más parecido a un microbús en hora punta. Ahí se hacen favores o se desatan vendettas perdurables. Eso no solo es indecoroso sino además muy negativo para la investigación. Se alteran hechos y así se impide que los aún ocultos o poco claros sean descubiertos tal cual ocurrieron y no como lo describe la patética feria de hazañas inexistentes en busca de un ascenso.
Maquillajes
El 22 de septiembre de 2014, la Dirección de Inteligencia de la PNP emitió el informe 56-2014-DIRIN-PNP-DAE, en el que el secuestro y rescate de Candiote –una acción meritoria que sofocó un evento criminal en curso– aparecía como una épica de siglas (DIRIN, DIVINSEC-DIRINCRI, ORI-REGPOL, SUAT), de masiva coreografía.
El secuestro que perpetraron los cuatro del Tico al pasajero de la mototaxi fue conjurado por un puñado de agentes SUAT en dos camionetas. Los de la primera combatieron y los de la segunda apoyaron la acción. Lo hicieron sobre la base del trabajo de inteligencia de un grupo aún más pequeño de policías. El resto participó en el esfuerzo pero no tuvo un papel en el resultado. Sin embargo, el informe de inteligencia menciona, en riguroso orden de rango y antigüedad a 64 policías.
Al coronel Livia, que encabeza la lista, se lo describe “encontrándose en el lugar de la intervención […] en las operaciones policiales de incursión y liberación del secuestrado”. Al coronel Roncalla también se lo describe como “participando en las operaciones policiales de incursión y liberación del secuestrado. Al coronel Guillén Balvín se lo sitúa “haciéndose cargo como jefe del grupo de contención, en el enfrentamiento armado del personal policial”. Y así, por el estilo. Nada de ello es cierto, pero ese maquillaje de la realidad se concretó en las peticiones de ascenso, condecoración y felicitación por “Acción Distinguida” al total de 64 policías.
La distorsión de los hechos tuvo un inesperado efecto tóxico para los comprendidos en esa relación. Facilitó otra, mucho mayor, distorsión, la que se usó para inculpar a varios policías, sobre todo de la SUAT, en el presunto ‘escuadrón de la muerte’. Dentro de esa acusación, el caso de Chincha fue declarado como ‘emblemático’, el que mejor probaba los cargos.
Si los reportes se hubieran escrito con énfasis en la objetividad descriptiva, hubiera sido mucho más difícil montar la calumnia del ‘escuadrón de la muerte’. Pero la hiperinflación de protagonismos irreales devaluó y deformó lo que debió haber sido limpiamente descrito como lo que fue: un modesto aunque significativo éxito en el mar de delitos por prevenir y crímenes por resolver.
En conclusión, la discusión de estas últimas semanas sobre si hay o no un ‘escuadrón de la muerte’ ha terminado, cuando menos por ahora, para todo efecto práctico. El ministro del Interior, Carlos Basombrío, retrocedió y pasó de proclamar la existencia del ‘escuadrón de la muerte’ a negarla del todo. Hizo bien. Las ‘investigaciones’ acusatorias estaban tan mal hechas que se caían solas.
La auditoría que IDL-Reporteros hizo de la investigación en general y, sobre todo, del llamado ‘caso emblemático’ de Chincha por el otro, sirvió para demostrar las falacias que armaron las acusaciones. Hay, sin embargo, y como hemos visto en esta entrega, preguntas pendientes que deben ser resueltas. Algunas son importantes, todas son necesarias.
Lo que resalta como una de las conclusiones más evidentes, es la necesidad de exigir y, si fuera necesario, forzar el reporte honesto de los hechos por parte de la Policía. La distorsión para favorecer ascensos y poder no solo falsea los hechos y vicia las acciones, sino que al introducir mentiras en el proceso, puede dañar, incluso gravemente, a personas inocentes.