Vivimos tiempos esperpénticos, con esteroides. Tan infectos y complejos en su toxicidad y en sus asaltos a la inteligencia, que por momentos resulta difícil describirlos con racionalidad.
Pero el esperpento que nos toca vivir no es ciego, sino uno que desarrolla objetivos y finalidades. Siendo siniestro y pantanoso, expresa, precisamente, las patentes realidades del cenagal.
Esas realidades muestran que nos encontramos en los episodios avanzados de ofensivas destinadas a liquidar la lucha contra la corrupción. Aquella que fue central por sus revelaciones y la promesa de reformas que entrañaban en, sobre todo, el último lustro de la década pasada.
Ahora es lo opuesto. En estas semanas y meses, unidades de élite han sido desactivadas. La Diviac ha sido destruida. Pases al retiro arbitrarios de algunos de los oficiales mejor capacitados de Dirandro arrebatan a la PNP el conocimiento, la experiencia, los contactos vigentes de esos oficiales; reemplazados por otros cuya obsecuencia les ha confiscado hasta lo poco de eficiencia profesional que les quedaba.
La lucha contra las organizaciones criminales urbanas y rurales derrapa del contraste a la debacle. La tendencia al empeoramiento es inequívoca. Y, ante la emergencia, en lugar de movilizar la experiencia, la inteligencia y los recursos prácticos para enfrentar un proceso que todavía se puede revertir, la respuesta es mentir, disfrazar torpemente los hechos o atacar a quienes los exponen.
En el nivel de fiscalía la Eficcop también quedó en escombros. Primero se desató una intensa ofensiva de descrédito contra la fiscal Marita Barreto. Su propósito aniquilador empezó a concretarse cuando la difamación llevó a la sanción que la suspendió en su cargo y la inhabilitó para seguir al frente de ese equipo fiscal.

Lo más corrosivo e infecto, sin embargo, ha sido la intensificación generalizada de la ofensiva contra el caso Lava Jato.
¿Es tan malo como parece? Es peor.
¿Recuerdan la campaña de desinformación previa a la publicación, ordenada por el TC, del acuerdo de colaboración eficaz corporativo, suscrito con Odebrecht en febrero de 2019 y aprobado por el Poder Judicial en junio de 2019?
Les presento el cuadro en un golpe de vista. Si fuera cierto (y muchas veces lo es), que una foto vale por mil palabras, ¿cuánto vale una buena caricatura? Vean al gran Carlín y díganme después.

Ahí está, en un solo cuadro, el fariseísmo y la hipócrita deshonestidad detrás de la campaña. Lo veremos en detalle en próximas notas. Por ahora, observemos las consecuencias.
El escenario central de la campaña desinformadora giró en torno al megacaso “Cocteles”, en busca de la megaimpunidad. El 21 de noviembre pasado, el TC intervino, en medio de un juicio en curso, sobre el caso específico de José Chlimper.
El fallo del TC aceptó el argumento de Chlimper, de que su derecho a la defensa había sido vulnerado y ordenó que se formule una nueva acusación fiscal.
El Tercer Juzgado Penal Colegiado no solo acató el fallo sino lo extendió a todos los acusados. Cortó el juicio y devolvió el proceso a la etapa de acusación fiscal.

Fue un serio contraste para el equipo de fiscales, a cargo de José Domingo Pérez, que apeló la decisión judicial.
Los procesados, especialmente Keiko Fujimori, celebraron. El fallo del TC y la decisión del Tribunal fueron presentados como una victoria estratégica con visos de irreversibilidad.
No es así, pero lo cierto es que el balance de fuerzas en varios escenarios, muestra una situación grave para la fiscalía que ha investigado los casos más importantes de Lava Jato.
La más clara explicación de esos eventos y su trasfondo legal se dio, en mi opinión, en la entrevista de César Hildebrandt con la expresidenta del TC, Marianella Ledesma, el lunes 13 de enero.
Aquí, el enlace y los tiempos de la entrevista (desde el minuto 6:08 al 21:22).

El objetivo de toda la contraofensiva mafiosa (no solo de la última temporada sino de la serie entera) es integral: destruir las investigaciones más importantes contra la corrupción política y corporativa, y aplastar en simultáneo a quienes las llevaron a cabo.
Ello transmitirá el mensaje ejemplarizador de las mafias: que nadie juegue a héroe, porque ninguna buena acción quedará sin castigo.
Eso es lo que enfrenta, en estos días o estas semanas, el fiscal José Domingo Pérez Gómez. Ataques desde todos los lados, en 360 grados, pero los más tóxicos son los que se asestan desde su propia institución.
Veámoslo en detalle en la nota “Apercibido, maniatado y amordazado”, que este editorial acompaña.