Hace pocas semanas, los fiscales relacionados con el caso Lava Jato expusieron sus avances ante el conjunto de fiscales supremos. Presidía el fiscal de la Nación saliente, Pablo Sánchez; al lado, quien pronto iba a ser electo como nuevo fiscal de la Nación, Pedro Chávarry.
El Equipo Especial Anticorrupción, dirigido por el fiscal provincial Hamilton Castro, reseñó su trabajo; y lo hizo también el equipo de fiscales de Lavado de Activos, dirigido por el fiscal superior, Rafael Vela.
Luego de escuchar las exposiciones, Pablo Sánchez propuso a sus colegas redactar y firmar un acta de felicitación. Los supremos se negaron a hacerlo.
La diplomacia tiene sus límites.
Pero la discusión no ha terminado. En una entrevista en El Comercio, el sábado 9 de junio, Pablo Sánchez dijo que le “preocuparía un cambio de fiscales en los equipos. ¿Para qué voy a decir otra cosa? No es cuestión de confianza, sino de competencias funcionales. Los fiscales están haciendo bien su trabajo”.
¿Están haciendo bien su trabajo?
No hay una sino por los menos dos respuestas.
En el caso trabajan dos equipos diferentes de fiscales, que no coordinan entre sí, no comparten información y emplean métodos diferentes de investigación.
El equipo mayor, con más tiempo, prioridad y recursos es el que dirige Hamilton Castro. El otro, de lavado de activos, tiene un menor horizonte investigativo, menos tiempo y menores recursos. Sin embargo, los fiscales liderados por Rafael Vela son los que han obtenido los mayores y más importantes avances en el caso durante el último año.
El método de la fiscalía de lavado de activos ha sido aprovechar los avances logrados en Brasil y llevar a cabo sus pesquisas en colaboración con los procuradores brasileños. Los interrogatorios más importantes se han realizado en Brasil, bajo la dirección de un procurador federal anticorrupción brasileño. Así, los interrogados se han obligado a declarar bajo el sistema de delación premiada de su país, donde la verdad es recompensada, pero la mentira o la omisión son severamente castigadas.
“Es un sistema premial en el que el delator recibe un beneficio a cambio de información importante” dice uno de los fiscales de lavado de activos, “así avanzaron los brasileños y así avanzamos nosotros, aunque con más dificultades”.
Gracias a eso hablaron Marcelo Odebrecht, Luiz Mameri, Jorge Barata, Fernando Migliaccio. Sus confesiones, restringidas a la financiación de campañas electorales, revelaron que las campañas de Alan García, en 2006; las de Keiko Fujimori, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski, en 2011, recibieron sustanciales aportes en dinero negro de Odebrecht; y que la campaña contra la revocatoria de Susana Villarán en la alcaldía provincial de Lima, recibió también contribuciones de dinero negro de la misma compañía.
A cambio de sus confesiones, los fiscales peruanos firmaron un compromiso de inmunidad para los delatores en los temas revelados. Pero, la obligación de estos de hablar no se agota en la diligencia sino comprende las repreguntas que surjan en investigaciones posteriores.
En eso consiste el “sistema premial”. Es el que permite los veloces avances en las investigaciones sobre corrupción corporativa que realiza el Departamento de Justicia (DOJ) de Estados Unidos; y es la herramienta fundamental (no la única pero sí la más importante) que hizo posible el espectacular avance del caso Lava Jato en Brasil.
Si se siguiera ese sistema con energía en el Perú, el caso Lava Jato puede resolverse en pocos meses –por lo menos lo que concierne a Odebrecht –.
No es exagerado decirlo.
– Primero, por el avance en Brasil. Se puede saber ya cómo funcionó la Caja 2; cómo se extrajo dinero para financiarla; qué offshore se utilizó, cómo se las manejó; con qué bancos trabajaron. Lo que queda es revelar los detalles que conciernen a los sobornos y los sobornados peruanos.
– Segundo, por la forma corporativa que ha tenido la confesión de Odebrecht. Alrededor de 78 altos ejecutivos asumieron la condición de delatores premiados. Las informaciones no fueron aisladas sino ampliadas y corroboradas por varios protagonistas desde sus diferentes ángulos de participación.
Detrás de los delatores hay otra categoría de funcionarios que también han confesado: los de un peldaño abajo. Son los “lenientes”. Su conocimiento de detalle es en varios casos superior al de los delatores premiados. Un ‘leniente’ que tuvo mucho protagonismo peruano es, por ejemplo, Raymundo Trindade Serra.
Hasta ahora, varios ‘lenientes’ proporcionaron información importante en el Perú, con la esperanza de reproducir aquí la fórmula confesional de Brasil.
Uno de ellos fue Renato Ribeiro Bortoletti.
Ribeiro Bortoletti no solo dio información sobre el caso de corrupción en Cusco que llevó a la cárcel al ex gobernador Jorge Acurio y que involucró también a José Zaragozá y al hoy prófugo Gustavo Salazar; sino informó en detalle sobre el Club de la Construcción y sus integrantes.
Pero, en lugar de darle la condición de colaborador eficaz, Ribeiro Bertolotti fue incluido en mayo pasado en la investigación preparatoria del caso que denunció, junto con otros dos ex funcionarios de Odebrecht: Raymundo Trindade Serra y Allan Chan.
La disposición, de fecha 24 de mayo de este año, está firmada por el fiscal Marcial Páucar, del equipo especial que dirige Hamilton Castro. El título de la sumilla es: “Precisión, corrección y ampliación”.
Un título más apropiado hubiera sido: “Confesaste, ¡te fregaste!”.
Ese parece ser el método de Hamilton Castro y su equipo. Los resultados están a la vista para quien quiera ver.
Desde fines de 2016, Jorge Barata colaboró directamente con Hamilton Castro en la delación de varios casos. Casi todas las detenciones que se realizaron después partieron de esas confesiones. Barata entró a la categoría de “aspirante” a la colaboración eficaz. Y así sigue hasta hoy.
Luego de las revelaciones hechas en Brasil a los fiscales de lavado de activos, Hamilton Castro tuvo la oportunidad de hacer exactamente lo mismo respecto de los casos más amplios e importantes que maneja. No lo hizo. Planteó viajar a Brasil para interrogar a Barata en el consulado peruano, sin intervención de las autoridades brasileñas y manteniendo a este como ‘aspirante’ por tiempo indefinido.
Barata se negó. El interrogatorio abortó.
Raymundo Trindade Serra, que conoce mucho sobre muchos casos; y Renato Ribeiro Bortoletti, se negaron también a seguir en la colaboración con la fiscalía de Hamilton Castro.
De hecho, todas las colaboraciones de ex funcionarios de Odebrecht han sido interrumpidas. De las otras compañías, ni se diga. Después de ver lo que pasó con los delatores de Odebrecht, llegaron a la conclusión de que lo más sabio es callar.
Sin confesiones, sin colaboración eficaz: Si lo poco que han logrado se basó en delaciones que ellos finalmente castigaron, ¿qué espera lograr el equipo especial?
El escenario actual (suena a cliché, pero es verdad) encierra a la vez promesa y peligro.
¿La promesa? Si se coopera con las autoridades brasileñas y se actúa, como ellas, con base en una investigación premial; un interrogatorio en profundidad a delatores y a ‘lenientes’, podrá proporcionar en pocos meses la información necesaria para llegar con sólidas evidencias a los corruptos principales, llevarlos a juicio y empezar a cerrar así este caso sin precedentes.
¿El peligro? que bajo el disfraz de una supuesta dureza, se haga abortar el proceso de confesiones, se cierren las vías de la revelación, se lleve a juicio a la fracción de bribones identificados hasta hoy (los lornas) y que los corruptos mayores y mejor conectados permanezcan impunes, alimentados con toda la experiencia que les permitirá robar y encubrir mejor.
Poco que aplaudir; mucho que cambiar.
(*) Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2543 de la revista Caretas.